CÁRCEL Y DERECHOS
HUMANOS
EDUARDO SANGUINETTI - FILÓSOFO
RIOPLATENSE
Día a día nos humillan e intentan
degradarnos, con la consigna de instalar “miedo” en el espacio de nuestras
naciones por el estado de “inseguridad”, en que vivimos: ¿Inseguridad? Que,
como espectáculo ultramediático, fue instalado por el poder.
El efecto
deviene en encontrar al culpable del “estado de inseguridad”, que cae en un
individuo marginal, al borde del camino del denominado deber ser, que posiblemente
ha incurrido en algún delito. Un delincuente, por lo tanto: un “enemigo del
pueblo”, a quien encierran en una celda dejándolo en estado de hacinamiento, y
en el 60% de los casos sin sentencia y sin comprobación cierta del delito que
se le imputa, conviviendo con su materia fecal y su orina durante una temporada
prolongada.
Creo no está
prevista en los códigos de procedimiento penal tal situación, por demás
degradante. O me dirán que abogan por la pena de muerte, o que tal vez pueda
ser restituido e incluido en la sociedad que lo ha expulsado desde niño, sin
periferia, ni anexo, sin pertenencia. Solo hambre, violencia familiar, abuso y
soportar lo insoportable. No se justifica, solo la justificación es funcional,
para los flagrantes delitos de los terratenientes y las mafias, que accionan en
nuestras sociedades, explotando a millones de mujeres y hombres.
Para que exista
este tipo de torturas y vejaciones con los presos, sin dudas, debe estar
legitimada y avalada la impunidad en la Institución Penitenciaria. La garantía
de impunidad, en este caso, debiera ser otorgada por la Justicia, que es un
poder que acciona como brazo de la ley, sobre todo en los más desprotegidos, o
en los que disienten en no asimilarse a su normativa de cotizar en mercado de
valores no degradables.
El poder
político en este caso estaría violando y violentando los derechos, de por sí
inexistentes, para estos chivos expiatorios, de tanta corrupción vertical, pues
no se ignoran los pactos y negociados de los poderosos, con las supranacionales
fantasmas, con garantía de estafar y robar. La violación de esos derechos
pareciera estar legitimado por el Poder Judicial, “semper fidelis” al poder
económico corporacionsta y a sus caprichos.
Pero ¿qué puedo
hacer para torcer la proa de estos crímenes?, se preguntará el ciudadano que
vive asustado, escondido en su hábitat esperando al “ladrón” o al “verdugo” que
escatológicamente practique con él y su familia algún ardid, del que mejor no
hablar. Al ciudadano sólo puedo decirle que se levante encima de la media y
haga valer todos sus derechos de los que debe gozar, no sufrir, y los ponga en
acto, pues estamos en Estado de Derecho, ¿o no es así?
¿Qué esperamos
para instalar el debate en nuestra comunidad? Y lo hago extensivo a todas las
naciones de nuestra Suramérica, donde los derechos humanos tan proclamados y
tan poco aplicados para con los que cumplen condena en todas las penitenciarías
de este continente. No podemos dejar que se pudran en infectos nichos nuestros
presos.
Es un tema que
se esquiva con el asunto de la inseguridad, utilizado y manoseado hasta el
hartazgo por nuestros políticos en campañas electorales permanentes, como orden
del día. Inseguridad instalada por las pésimas y corruptas administraciones de
todos los mandatarios de este continente. Allá ellos… Y nosotros, para romper
el mutismo y la complicidad, por y para la vida, por la libertad,
pronunciémonos.
¡Ah! y la
educación que se promete y no llega, un salvoconducto a un mundo mejor. Me
refiero a la que se promete y está por venir, no terminando de llegar, no de la
degradada educación para habitantes del siglo XIX que ya fue y la Cultura que
no tiene referentes que puedan crear corrientes de opinión, simplemente se
remite a personeros del poder disfrazados de torpes escribas de baja estofa,
que regurgitan lo ya pensado, lo ya construido, lo ya descubierto , una cultura
y una educación con programas obsoletos, manipulada por “oportunistas del
conocimiento prêt -à- porter”, y los pueblos, ¡pobres pueblos!, cocinándose un
porvenir, sin huellas.
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