LOLA: ¿QUÉ
PASÓ?
POR EDUARDO SANGUINETTI
En Argentina y Uruguay, el asesinato de la niña argentina
Lola Chomnalez caló muy hondo. Este terrible homicidio que se replica en miles
de chicas como Lola, menores de edad, me lleva a sentir y meditar en intuición
y sensibilidad.
Las palabras
del jefe de policía de Rocha, al encontrar el cuerpo sin vida de la niña (“es
un caso muy complicado”) devienen en que medite y manifieste que este señor
tenía razón. ¿Ningún periodista le preguntó por qué aseveró algo así?
Me pregunto,
como se preguntarán ustedes: ¿por qué la mataron? Si fueron todos estos hombres
que están siendo indagados, trabajadores de la zona de Valizas o cercanías ¿por
qué no hubo abuso sexual? ¿No la habrán vendido a Lola? Si ha sucedido esto,
debe ser alguien con contactos en los poderes, que tiene sus vasos comunicantes
con los proxenetas, habilitados al comercio de menores, trata de blancas o como
se prefiera denominarlo, con total impunidad, desde sus simuladas empresas de
contratar mujeres menores de edad.
Dicen que la
asesinaron un domingo, luego un sábado; ¡ah! no existe rastro de ADN en las
uñas de Lola, nada que nos lleve a una pista, nada. No creo en psicópatas
extraños sueltos por las playas de Valizas; no lo creo. La clave se encuentra
en otro sitio, no tengo idea dónde, pero no en estos indagados a repetición,
los “perejiles de siempre”. Sucede, además, que se puede abrir un panorama que
complique a los que usan y abusan de su posición de poder: toda la lacra que
paga por abusar de menores.
La carta del
intendente de Rocha me parece demasiado superficial, mediocre; queda bien con
todos menos con la niña asesinada. No olvidemos que estamos hablando del
horrendo crimen de una menor impecable en su vida, como estudiante, deportista,
buena amiga de sus amigos, sana y con un futuro que ya no será, como relataban
los medios.
No ignoramos
que la trata de personas, en este caso menores de edad, es una atroz rutina que
en el planeta parece estar a la orden del día y pareciera no haber modo de
terminar con este flagelo. Si alguien es un sospechoso puntual, quizás no lo
demoran demasiado, no vaya a ser que hable y quién sabe adónde iríamos a dar:
con los “peces gordos” como se los denomina en el argot popular. ¿Por qué tanto
temor? El asesino es un demente, sin dudas, pero ¿enviado como sicario por otro
demente? Equivocarse siempre es una posibilidad, claro, pero no descarto nada.
Posibilidad
desmesurada ante la incertidumbre que plantea el caso. Se abre un abanico de
posibilidades que no se están tomando en cuenta. ¿Lola sabía “algo” sobre
“alguien” o un grupo, que operaban en asuntos delictivos y eso la llevaría a
ser asesinada? No soy un Sherlock Holmes, ni lo quiero ser, pero si el caso es
complicado, demos espacio a todo lo que la imaginación nos lleve; creo es
justo, por Lola y por todas las niñas que son asesinadas en ambas márgenes del
Plata.
Todo me parece
de una morosidad y morbosidad aberrante; pero no dudo que algún cabo suelto
existe. La historia debe ir por otro lado. Y el padre, con su hija muerta, dice
“desconfiaba del marido de la madrina”. Me pregunto, como muchos/as se
preguntarán: si realmente desconfiaba, ¿por qué la envió a la gurisa a esa
casa? Disculpen, pero este asesinato me golpeó, como —supongo— ha golpeado a
todos los seres que desean una justicia que accione de manera independiente, en
coraje, idoneidad, capacidad y sin condicionamientos.
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