LA DECISIÓN...
DUNIA SÁNCHEZ
Brotó
entre arbustos cuando un cielo se cubría de nubes pesadas, de nubes brutas, de
nubes de agua que pronto estallarían en
un chubasco. Ella se la puso en su pecho. Cansada, extasiada la miró con
ternura. Hija de mi vientre. Hija de la naturaleza. Su cuerpecito no era que
más una masa ensangrentada que quería mamar del pecho de su madre. Solas, en
medio de un boscaje de mirada fría, de tacto húmedo. Ella lo decidió así. Parir
en aquel lugar que le daba vida, estaba agradecida a él. Sí, el reino natural como
manantial de su dolor por unos instantes. Sola, que más necesitaba. “ Hija mía,
aquí estás en la sombra de este monte que me ha visto crecer. Es lo de más
valor que poseo. Venir aquí y respirar. Sentir…Sentir su frescura intacta en
los años que corren. Aquí no hay prisas. Solo la musicalidad de los arroyuelos
que me calman, que me besan. Solo la caricia de la brisa que me llena, que me
aman”, dijo a su hija. Un cuervo se
aproximó observando con extrañeza aquella estampa. De su bruta voz salió una
especie de sonrisa. “Vienes aquí. Das a conocer esta tierra sembrada de
bellezas a tu hija. Qué bueno. Si todos fueran como tú. Amar el aire que
respiras. Amar las raíces que se engendran bajo tu cuerpo. Amar esas hojas
secas que caen sobre tu piel. Y vivir”. El cuervo se marcha tras sus palabras,
se aleja silencioso no quiere despertar la criatura. Y llueve y llueve por unos
instantes. Después en un hueco entre las cimas de los árboles el majestuoso
sol. “ Aquí estoy. Os daré calor. Esa calidez tras la lluvia. Agradecido estoy
que me mires. Sí, me miras como si yo fuera la luz que os da vida. Solo soy una
pequeña fogata para ustedes. “, dijo el sol. Y el sol sonreía y ella lo miraba.
Se levanto. “Ya es hora de irnos bajo un techo. Nos echaran en falta. Bueno a mi…De
ti no saben nada.”, dijo la madre. Un coro de lobos se aproximó y las mirabas
en ese andar pausado. Ella con sus piernas ensangrentadas. Ella con su vestido
sucio y meciendo a la niña. “ Todo es perfecto en estas tierras. Ya os vais. Adiós queridas, no os olvidéis de
nosotros”, aulló uno de ellos. Cuando
llegaron al pueblo las antorchas ya estaban izadas. Bajo su techo la madre
lloraba y lloraba de rodillas frente a una foto con muchos santos. Al verla
aparecer su rostro se espantó. Con las
horas asimilaron la decisión de ella. Aquella noche, la luna lucia su traje
blanco más puro.
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