Gran Hermano VIP y la
pérdida de fe en la Humanidad
No se preocupen: esa pareja de
desconocidos seleccionada expresamente para que se aparee (aunque ellos no lo
sepan) acabará apareándose. Esos otros dos concursantes
se pelearán, discutiendo e insultándose a voz en grito por cualquier minucia
doméstica como si les fuera la vida en ello. A velocidad de vértigo se
entretejerá una red de agravios, rencillas y favoritismos que llevarán al
límite las existencias de muchos concursantes… La trama
es casi siempre más simple que la de un documental de animales de los de La2.
Territorialidad, posesión sexual, aceptación y dominio sobre la manada.
Creo que en su día vi algún capítulo de
la primera temporada de Gran Hermano. También hace años vi otro programa (no
recuerdo el título) donde unos guapos no eran
capaces de reconocer en una foto ni a George W. Bush ni al Dalai Lama mientras
se enfrentaban con unos feos que,
aunque sí sabían hacer la ‘o’ con un canuto, eran negados en las pruebas
físicas. Por supuesto, los guapos tenían
las puertas de la sociedad abiertas, sólo por su aspecto. Los feos ya podían saber latín, nadie los recuerda. Vi
asimismo algún capítulo de un programa donde unos ninis se veían obligados a trabajar, cocinar y
recoger su ropa. Montaban en cólera por tener que hacer estas actividades
porque ellos lo que querían era ser ricos y famosos.
Luego, más recientemente, me asomé al programa donde se buscaba un amor para
Corina y ese otro de ¿Quién quiere casarse con mi
hijo?.
Siempre son Trending Topic en Twitter y al día siguiente todo
el mundo habla de ellos. Yo no los veo o, como mucho, veo algún minuto suelto…
No es por una cuestión de pureza intelectual. Alabo su factura, están bien
hechos y explotan con maestría lo que quieren explotar. Yo, simplemente, no puedo verlos. Y no se debe a que me crea
superior a la masa que sí los ve y los disfruta. Es mucho más
sencillo. Con esos programas pierdo la fe en la humanidad. Me desespera esa
exhibición de ignorancia, constatar hasta qué punto muchos de sus concursantes
permanecen enredados en esquemas mentales primarios, propios de épocas pasadas
o de países sin un sistema educativo digno de tal nombre. Me desespera sobre
todo constatar que no son conscientes de su situación ni de que gran parte de
su audiencia lo que hace es simplemente reírse de ellos. De hecho hay gente más
humilde y con menos recursos económicos que los concursantes, pero con mucho
más sentido común, maneras, curiosidad intelectual e inteligencia que estos
televisivos eslabones perdidos en la espiral enloquecida de un país
posdesarrollista de viejos nuevos ricos convertidos en nuevos viejos pobres.
Son programas que en buena medida se
disfrutan porque al espectador le alivia pensar que no es como ellos, existe pues un clasismo intrínseco que explica el éxito
transversal de esos espacios. Un clasismo a menudo explotado en
el montaje del programa, en cómo se edita, en los efectos de sonido que se
añaden. Los creadores de estos espacios -directores, productores, guionistas…-
son muy inteligentes. No les hace falta inteligencia para seducir a los
concursantes (basta con dinero y esa fama efímera); pero sí les hace falta
inteligencia para trasmitir al espectador la idea de que él es tan listo como
los propios creadores del programa: “si te ríes, tranquilo, eres uno de los
nuestros, no uno de ellos”.Muchos espectadores se
consideran a salvo gracias a ese muro de cristal que es la pantalla del
televisor: “tú no eres un choni, tú te ríes de los chonis, tú
eres como un Dios que con el mando a distancia disfruta viendo a los chonis haciendo sus cosas de chonis. Tú molas más porque te ríes de ellos y
entiendes nuestros guiños del montaje…”.
Si uno logra sacudirse la compasión (o
sea, lo que nos hace humanos) nos hace mucha gracia ver a
esos monitos de feria hacer monerías, como Truman en El show de Truman, y sentirnos poderosos sabiendo antes
que ellos lo que les va a pasar y cómo van a reaccionar. Nos gusta reírnos de
sus miserias y su ridiculez, aunque las nuestras sean muy parecidas (pero las
mantenemos en secreto). Igual se reían los señores, en el pasado, de los
lisiados y los tullidos, de los pobres de solemnidad que danzaban a la pata
coja a cambio de un mendrugo de pan o que vivían en un circo enseñando sus
deformidades. Ahora nos reímos de las deformidades y los muñones del alma, nos
reímos de la carencia de cultura o de sentido común y convertimos esos
programas en éxitos de audiencia. ¿En qué nos convierte eso a nosotros, a los
espectadores?
Yo me tapo con el
cojín y me muero de vergüenza, propia y ajena. Y cambio de canal porque no
aguanto pensar que una sociedad convertida en turba medieval no solo soporte,
sino que además premie (con relevancia y atención) esos comportamientos. Seguro
que a muchos concursantes les da igual que se rían de ellos, aferrados a ese
clavo ardiendo de la fama, cualquier fama, ante la ausencia total de otras
perspectivas vitales. Yo, lo siento, prefiero no verlo.
Prefiero conservar intacta la fe en la humanidad. No ya en la de los
concursantes, sino sobre todo en la de los espectadores.
Um blog interessante.
ResponderEliminarSaudações de Portugal.
http://viajaredescobrir.blogspot.com