FRANCIA: LO
MÁS PELIGROSO ES LA ISLAMOFOBIA
POR:
SANTIAGO ALBA RICO
Lo verdaderamente urgente es alertar contra la islamofobia,
precisamente para evitar la identificación ontológica entre el islam y el
fascismo criminal.
El atentado fascista en París contra la redacción del semanario
Charlie Hebdo, que ha arrebatado la vida a 12 personas, entre ellas a los
cuatro dibujantes Charb, Cabú, Wolinsky y Tignous, deja una doble o triple
sensación de horror, pues está agravada por una especie de eco amargo y sucio y
por una sombra de amenaza inminente y general. Está sin duda el horror de la
matanza misma por parte de unos asesinos que, con independencia de sus móviles
ideológicos, se han situado a sí mismos al margen de toda ética común y por eso
mismo fuera de todo marco religioso, en su sentido más estricto y preciso.
Pero está también el horror de que sus víctimas se dedicaran a
escribir y a dibujar. No es que uno no pueda hacer daño escribiendo y dibujando
-enseguida hablaremos de esto-; es que escribir y dibujar son tareas que una
larga tradición histórica compartida sitúa en el extremo opuesto de la
violencia; si se trata además de la sátira y el humor, nadie nos parece más
protegido que el que nos hace reír. En términos humanos, siempre es más grave
matar a un bufón que a un rey porque el bufón dice lo que todos queremos oír -aunque
sea improcedente o incluso hiperbólico- mientras que los reyes sólo hablan de
sí mismos y de su poder. El que mata a un bufón, al que hemos encomendado el
decir libre y general, mata a la humanidad misma. También por eso los asesinos
de París son fascistas. Sólo los fascistas matan bufones. Sólo los fascistas
creen que hay objetos no hilarantes o no ridiculizables. Sólo los fascistas
matan para imponer seriedad.
Pero hay un tercer elemento de horror que tiene que ver menos
con el acto que con sus consecuencias. Ahora mismo -lo confieso- es el que más
miedo me da. Y es urgente advertir de lo que nos jugamos. Lo urgente no es
impedir un crimen que ya no podemos impedir; ni tampoco condenar asqueados a
los asesinos. Eso es normal y decente, pero no urgente. Tampoco, claro,
espumajear contra el islam. Al contrario. Lo verdaderamente urgente es alertar
contra la islamofobia, precisamente para evitar lo que los asesinos quieren -y
están ya consiguiendo- provocar: la identificación ontológica entre el islam y
el fascismo criminal. La gran eficacia de la violencia extrema tiene que ver
con el hecho de que borra el pasado, el cual no puede ser evocado sin
justificar de alguna manera el crimen; tiene que ver con el hecho de que la
violencia es actualidad pura, y la actualidad pura está siempre preñada del
peor futuro imaginable. Los asesinos de París sabían muy bien en qué contexto
estaban perpetrando su infamia y qué efectos iban a producir.
El problema del fascismo y de su violencia actualizadora es que
se trata siempre de una respuesta. El fascismo está siempre respondiendo; todo
fascismo se alimenta de su legitimación reactiva en un marco social e
ideológico en el que todo es respuesta y todo es, por tanto, fascismo. El
contexto europeo (pensemos en la Alemania anti-islámica de estos días) es la de
un fascismo rampante. En Francia concretamente este fascismo blanco y laico
tiene algunos valedores intelectuales de mucho prestigio que, a la sombra del
Frente Nacional de Le Pen, llevan calentando el ambiente desde púlpitos
privilegiados a partir del presupuesto, enunciado con falso empirismo y
autoridad mediática, de que el islam mismo es un peligro para Francia.
Pensemos, por ejemplo, en la última novela del gran escritor Houellebecq,
Sumisión (traducción literal del término árabe “islam”), en la que un partido
islamista gana al Frente Nacional las elecciones de 2021 e impone la “charia”
en la patria de Las Luces. O pensemos en el gran éxito de las obras del
ultraderechista Renaud Camus y del periodista político del diario Le Figaro
Eric Zemour.
El primero es autor de Le grand remplacement, donde se sostiene
la tesis de que el pueblo francés está siendo “reemplazado” por otro, en este
caso -obviamente- compuesto de musulmanes extraños a la historia de Francia. El
segundo, por su parte, ha escrito El suicidio francés, un gran éxito de ventas
que rehabilita al general Petain y describe la decadencia del Estado-Nación,
amenazado por la traición de las élites y por la inmigración. Hace unos días en
Le Monde el escritor Edwy Plenel se refería a estas obras como depositarias de
una “ideología asesina” que “está preparando Francia y Europa para una guerra”:
una guerra civil- dice- “de Francia y Europa contra ellas mismas, contra una
parte de sus pueblos, contra esos hombres, esas mujeres, esos niños que viven y
trabajan aquí y que, a través de las armas del prejuicio y la ignorancia, han
sido previamente construidos como extranjeros en razón de su nacimiento, su
apariencia o sus creencias”.
Este es el fascismo que estaba ya presente en Francia y que
ahora “reacciona” -puro presente- frente a la “reacción” -pura actualidad
asesina- de los islamistas fascistas de París. Da mucho miedo pensar que a las
7 de la tarde, mientras escribo estas líneas, el trending topic mundial en
twitter, tras el tranquilizador y emocionante “yo soy Charlie”, es el
terrorífico “matar a todos los musulmanes”. La islamofobia tiene tanto
fundamento empírico -ni más ni menos- que el islamismo yihadista; los dos, en
efecto, son fascismos reactivos que se activan recíprocamente, incapaces de
hacer esas distinciones que caracterizan la ética, la civilización y el
derecho: entre niños y adultos, entre civiles y militares, entre bufones y
reyes, entre individuos y comunidades.
“Matad a todos los infieles” es contestado y precedido por
“matad a todos los musulmanes”. Pero hay una diferencia. Mientras que se exige
a todos los musulmanes del mundo que condenen la atrocidad de París y todos los
dirigentes políticos y religiosos del mundo musulmán condenan sin excepción lo
ocurrido, el “matad a todos los musulmanes” es justificado de algún modo por
intelectuales y políticos que legitiman con su autoridad institucional y
mediática la criminalización de cinco millones de franceses musulmanes (y de
millones más en toda Europa). Esa es la diferencia -lo sabemos históricamente-
entre el totalitarismo y el delirio marginal: que el totalitarismo es delirio
naturalizado, institucionalizado, compartido al mismo tiempo por la sociedad y
por el poder. Si recordamos además que la mayor parte de las víctimas del
fascismo yihadista en el mundo son también musulmanas -y no occidentales-
deberíamos quizás medir mejor nuestro sentido de la responsabilidad y de la
solidaridad. Pinzados entre dos fascismos reactivos, los perdedores son los de
siempre: los inmigrantes, los izquierdistas, los bufones, las poblaciones de
los países colonizados. Una de las víctimas de los islamistas, por cierto, era
policía, se llamaba Ahmed Mrabet y era musulmán.
Del yihadismo fascista no espero sino fanatismo, violencia y
muerte. Me repugna, pero me da menos miedo que la reacción que precede -valga
la paradoja einsteiniana- a sus crímenes. El “matad a todos los musulmanes”
está de algún modo justificado por los intelectuales que “preparan la guerra civil
europea” y por los propios políticos que responden a los crímenes con discursos
populistas religiosos laicos. Cuando Hollande y Sarkozy hablan de “un atentado
a los valores sagrados de Francia” para referirse a la libertad de expresión,
están razonando del mismo modo que los asesinos de los redactores del Charlie
Hebdo. No acepto que un francés me diga que defender los valores de Francia
implica necesariamente defender la libertad de expresión.
Por muy laica que se pretenda, esa lógica es siempre religiosa.
No hay que defender Francia; hay que defender la libertad de expresión. Porque
defender los valores de Francia es quizás defender la revolución francesa, pero
también Termidor; es defender la Comuna, pero también los fusilamientos de
Thiers; es defender a Zola, pero también al tribunal que condenó a Dreyfus; es
defender a Simone Weil y René Char, pero también el colaboracionismo de Vichy;
es defender a Sartre, pero también las torturas de la OAS y el genocidio
colonial; es defender mayo del 68, pero también los bombardeos de Argel,
Damasco, Indochina y más recientemente Libia y Mali. Es defender ahora, frente
al fascismo islamista, la igualdad ante la ley, la democracia, la libertad de
expresión, la tolerancia y la ética, pero también defender la destrucción de
todo eso en nombre de los valores de Francia. Da mucho miedo oír hablar de “los
valores de Francia”, “de la grandeza de Francia”, de ”la defensa de Francia”.
O defendemos la libertad de expresión o defendemos los valores
de Francia. Defender la libertad de expresión -y la igualdad, la fraternidad y
la libertad- es defender a la humanidad entera, viva donde viva y crea en el
dios que crea. La frase de “los valores de Francia” pronunciada por Le Pen,
Hollande, Sarkozy o Renaud Camus no se distingue en nada de la frase “los
valores del islam” pronunciada por Abu Bakr Al-Baghdadi. Son en realidad el
mismo discurso frente a frente, legitimado por su propia reacción asesina, que
bombardea inocentes en un lado y ametralla inocentes en el otro. Pierden los de
siempre, los que pierden cuando dos fascismos no dejan en medio ni el más
pequeño resquicio para el derecho, la ética y la democracia: los de abajo, los
de al lado, los pequeños, los sensatos. De eso sabemos mucho en Europa, cuyos
grandes “valores” produjeron el colonialismo, el nazismo, el estalinismo, el
sionismo y el bombardeo humanitario.
Mal empieza 2015. En 1953, “refugiado” en Francia, el gran
escritor negro Richard Wright escribía contra el fascismo que “temía que las
instituciones democráticas y abiertas no sean más que un intervalo sentimental
que preceda al establecimiento de regímenes incluso más bárbaros, absolutistas
y pospolíticos”. Protegernos del fascismo islamista es proteger nuestras
instituciones abiertas y democráticas -o lo que queda de ellas- del fascismo
europeo. La islamofobia fascista, en Europa y en las “colonias”, es la gran
fábrica de islamistas fascistas y una y otro son incompatibles con el derecho y
la democracia, los únicos principios -que no “valores”- que podrían aún salvarnos.
Buena parte de nuestras élites políticas e intelectuales están más bien
interesadas en todo lo contrario.
Descansen en paz nuestros alegres y valientes compañeros bufones
del Charlie Hebdo. Y que nadie en su nombre levante la mano contra un musulmán
ni contra el derecho y la ética comunes. Esa sí sería la verdadera victoria de
los fascismos de los dos lados.
Tomado de Rebelión
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