ARGENTINA: LA
“GUERRA DE SERVICIOS” Y LA MUERTE DE NISMAN
POR
CHRISTIAN CASTILLO
La
“muerte dudosa” del fiscal Alberto Nisman terminó con el reposo veraniego y
provocó una crisis política que desnuda la podredumbre del aparato estatal, en
particular la relación entre los servicios “de inteligencia” y otros poderes
del Estado, como los jueces federales y, obviamente, el Poder Ejecutivo. El
oficialismo, que inicialmente había abonado la hipótesis del suicidio, ahora
sostiene que lo asesinaron, a partir de las afirmaciones hechas en su cuenta de
Facebook por la propia presidenta de la Nación: “El suicidio (que estoy
convencida) no fue suicidio”.
Nisman
se sumaría así a la lista de “suicidados” en los Gobiernos posdictadura: el
capitán de navío Horacio Pedro Estrada, imputado en la causa por la venta
ilegal de armas, quien era zurdo, pero el disparo con el que murió ingresó por
la zona derecha de la nuca; Lourdes di Natale, que cayó en 2003 por el balcón
de su casa, en una causa donde las pericias mostraron que solo podía haber
caído en la forma que lo hizo empujada por dos personas; o el prefecto Febrés,
encontrado muerto por ingestión de cianuro cuando iba a dar su alegato en uno
de los juicios por los crímenes de la dictadura, justo cuando prometía dar
datos sobre las apropiaciones de bebés.
Más
allá de estos casos pestilentes, los servicios de inteligencia constituyen
instrumentos fundamentales de los Estados capitalistas para infiltrar y operar
de mil formas contra las organizaciones de la clase trabajadora y el pueblo y
la izquierda.
En
nuestro país no es solo la Secretaría de Inteligencia (SI, ex-SIDE), sino
también los organismos respectivos de la Marina (SIN), la Fuerza Aérea (SIFA) y
el Ejército (heredero del nefasto Batallón de Inteligencia 601, tristemente
célebre por su rol durante la dictadura genocida y el Plan Cóndor), los aparatos
de espionaje criminal de la Gendarmería Nacional, de la Prefectura y de la
Policía de Seguridad Aeroportuaria, las superintendencias de Seguridad Federal
y de Interior de la Policía Federal Argentina y divisiones similares en las
Policías provinciales. Los archivos de la hoy disuelta Dirección de
Inteligencia de la Policía de la provincia de Buenos Aires (DIPBA), que tiene
material desde su creación hasta el año 1998, muestran la persecución de este
organismo -que sigue en actividad bajo otra denominación- a la izquierda, al
movimiento estudiantil y a las organizaciones gremiales, tanto en Gobiernos
militares como en constitucionales. Según las listas entregadas al Archivo de
la Memoria, el Batallón 601 tenía cuatro mil trescientos integrantes, la mayoría
civiles, entre ellos Gerardo Martínez, uno de los burócratas sindicales
preferidos de Cristina.
El
espionaje realizado por Gendarmería con el Proyecto X mostró cómo esta
actividad de infiltración y espionaje sigue totalmente vigente. Lo mismo
ocurrió con la denuncia de la infiltración del oficial de inteligencia de la
Policía Federal Argentina Américo Balbuena en la Agencia de Noticias Rodolfo
Walsh, siendo parte de los más de mil agentes de dicha fuerza que cumplen esa
función. Desde lo que hoy es la SI se han orquestado una y mil conspiraciones
contra las luchas de los trabajadores. Basta recordar el papel del fallecido
Carlos Soria, cuando a cargo de ese organismo en el Gobierno de Duhalde fue
pieza clave en el armado de todo el operativo que se cobró las vidas de
Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. Soria había denunciado que los
movimientos piqueteros preparaban un “plan insurreccional que ya estaba en
marcha y que tenía prevista la toma del poder el 9 de julio” como excusa para
montar la acción criminal realizada por las fuerzas represivas y de
“inteligencia”.
Por
eso para los trabajadores el desprestigio que estas cuevas de conspiradores
están teniendo a raíz de su responsabilidad tanto en el encubrimiento (¿y en la
ejecución?) del atentado a la AMIA, y ahora con motivo de la muerte de Nisman,
es de suma importancia para debilitar su capacidad de acción.
Nuevos
datos, mayor confusión
Cada
dato nuevo que se conoce agrega confusión y deja con menos asidero la versión
inicial de un acto suicida. Primero, la puerta supuestamente cerrada con llave
desde adentro no lo estaba, luego esto fue desmentido, y hoy persisten las
dudas. Hay un pasadizo con una tercera puerta desde la cual se puede entrar al
departamento donde estaba el cuerpo. No se encontró pólvora en la mano de
Nisman, que supuestamente habría disparado el arma. Y es confuso todo lo
ocurrido entre la entrada inicial de la madre al departamento donde encontró el
cuerpo y el anuncio de su muerte posterior.
Pero
cualquiera sea la variante de su muerte (suicidio, suicidio inducido o
asesinato directo), esta tiene por detrás la llamada “guerra de los servicios”,
posiblemente abierta en lo que hace a este caso a partir del cambio de rumbo
del Gobierno respecto de la causa AMIA. Durante años, el kirchnerismo siguió
con esmero la “pista iraní” sostenida por la CIA, el Mossad y los agentes de la
ex-SIDE, con Antonio “Jaime” Stiusso a la cabeza. El nombramiento de Nisman por
parte de Néstor Kirchner fue parte del impulso de esta orientación. Luego, ya con
Cristina en el Gobierno, el kirchnerismo creyó leer nuevos aires en la política
estadounidense hacia Irán y negoció con este país el Memorándum de
Entendimiento, supuestamente para lograr que declaren los iraníes acusados por
Nisman (que estaban bajo “alerta roja” de Interpol) en el propio territorio de
la república islámica. Esto implicó un quiebre con Stiusso, quien se jactaba de
tener una oficina en la sede de la CIA en Langley. Una CIA que, recordemos,
viene de ser señalada por el propio Congreso estadounidense como responsable de
todo tipo de violaciones a los derechos humanos en la “guerra contra el
terrorismo”. Paralelamente a la SI, el kirchnerismo fue construyendo una suerte
de aparato de inteligencia interno alternativo comandado por el actual jefe del
Ejército, César Milani.
Otro
quiebre con el aparato de inteligencia ocurrió cuando se confirmó la ruptura
con el Gobierno por parte de Sergio Massa y su candidatura para diputado
nacional por la provincia de Buenos Aires en 2013, algo que los agentes de la
SI habían señalado que no ocurriría. Quienes siguen de cerca lo que ocurre en
este verdadero submundo señalan como otro hecho significativo el
acribillamiento de un ladero de Stiusso, el “Lauchón” Viale, por parte de
efectivos del grupo Halcón de la Policía de la provincia de Buenos Aires
durante un supuesto operativo antidrogas en su vivienda, lo que fue un
fusilamiento directo, según distintos observadores. Finalmente, Stiusso fue
separado de la SI junto con el cambio de su jefatura a finales de 2014,
aparentemente por haber fallado en el control de los jueces federales. La
Secretaría pasó a manos de quien fue secretario general de la presidencia desde
2003, Oscar Parrilli.
Resulta
verosímil que Nisman haya quedado enredado en esta guerra de camarillas por el
control de la inteligencia interna, con el aditamento de la gran influencia
sobre la misma de servicios extranjeros como la CIA y el Mossad. No es tampoco
descabellado pensar que el llamativo apuro de Nisman por presentar su informe
(vuelta de improviso de viaje de festejo de quince años con su hija en Europa,
presentación en plena feria judicial de graves acusaciones, que implicaban nada
menos que a la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y al canciller Héctor
Timerman) estuvo movido por el intento de aprovechar el impacto de los brutales
ataques terroristas en París contra los periodistas de Charlie Hebdo y quienes
estaban de compras en un supermercado de comida judía. Lo cierto es que, hecho
público el informe de casi trescientas páginas que Nisman iba a presentar al
Congreso, está lejos de ser lo “explosivo” que el fiscal había anticipado en el
raid mediático previo a su muerte. Es un texto con transcripciones de escuchas
telefónicas que en general dan cuenta de posiciones ya conocidas públicamente
(como las simpatías con Irán de Luis D’Elía o su relación con el dirigente de
la comunidad islámica Jorge “Yussuf” Khalil) y que difícilmente podrían
convertirse en pruebas judiciales del supuesto encubrimiento denunciado por el
fiscal, sobre todo tras la negativa que hizo el secretario general de Interpol
entre 2000 y 2014, Ronald Noble, a las aseveraciones de Nisman respecto del
levantamiento de la “alerta roja” para los iraníes que habría buscado el
Gobierno. Lo cierto es que desde un inicio ninguno de los móviles esgrimidos
para su posible suicidio o asesinato resulta del todo convincente, ni las
versiones iniciales de que se suicidó por el “bullying” al que lo sometió el
Gobierno, como sostuvo parte de la oposición, o que lo hizo producto de una
crisis generada por la falta de solidez en su acusación, como plantearon desde
el oficialismo. Ni las más actuales de que se trató de “agentes de inteligencia
extranjeros”, como dejan trascender algunos periodistas, o la “mano de obra
desocupada” local, como deja trascender la nueva versión oficial. Si el “¿por
qué se mató?” original no tenía respuestas convincentes, el “¿por qué lo
mataron?” que se está imponiendo hoy como interrogante tampoco tiene por el
momento respuestas convincentes. A esta altura de los hechos conocidos, lo que
ocurrió sigue siendo más motivo de dudas que de certezas.
Quien
siembra vientos, cosecha tempestades
En
el oficialismo el hecho provocó un fuerte desconcierto inicial, ya que desde
sus filas se había fustigado duramente a Nisman en los días previos. A esto hay
que agregar la insólita actuación de Sergio Berni esa misma madrugada, presente
en la casa del fiscal sin que lo llamara la fiscal y sosteniendo que “todo
indica que se trató de un suicidio” cuando la investigación ni había comenzado.
También el Gobierno ha sido golpeado por la repercusión internacional negativa
en la prensa imperialista, que llevó a The New York Times a plantear que un
equipo de “juristas internacionales” debía investigar la causa AMIA y al
Washington Times a reclamar que Estados Unidos y Europa sancionen al país por
la “dudosa muerte”. El intento del Gobierno de reacomodarse a partir de las
cartas de la Presidenta publicadas en la red social Facebook (especialmente la
última, donde descarta el suicidio) tiene sin embargo múltiples
contradicciones, empezando porque fue el propio kirchnerismo el que abonó por
una década la “pista iraní” en consonancia con los Gobiernos de Estados Unidos
e Israel (y con sus servicios de inteligencia) y que se valió durante doce años
de los servicios del ahora “enemigo” Jaime Stiusso: el que siembra vientos,
cosecha tempestades. Este Gobierno hizo uso y abuso de un aparato de
inteligencia putrefacto que viene desde la dictadura y que ahora busca
reemplazar parcialmente por uno no muy distinto, controlado por otro represor
de la dictadura como Milani. El Gobierno ha sido golpeado además en un punto
muy sensible para todo poder ejecutivo, y más uno sin posibilidad de
reelección: la falta de control y autoridad, en este caso sobre los servicios y
exservicios de “inteligencia”. Por ende, se debilita más de lo que ya estaba el
poder de arbitraje de la Presidenta. El régimen de conjunto se ha
desprestigiado, tanto en lo que hace al papel de los servicios de inteligencia
como al poder judicial y el poder político, como atestiguan las encuestas donde
un 70 % de la población opina que la muerte de Nisman quedará impune.
Mientras
la oposición patronal quiere transformar a Nisman en “héroe nacional”, y en la
causa AMIA busca reafirmar la “pista iraní” para sostener una mayor
subordinación a Estados Unidos y al Estado de Israel; y mientras el Gobierno
hace malabares para capear esta crisis buscando desligarse de sus
responsabilidades, solo desde el PTS y el Frente de Izquierda hemos planteado
las medidas necesarias para quebrar el encubrimiento estatal que acompañó la
causa AMIA desde sus inicios. Apertura inmediata e integral de los archivos de
la Secretaría de Inteligencia. Conformación de una comisión investigadora
independiente con plenos poderes para encontrar la verdad del brutal atentado.
Derogación de la nefasta “ley antiterrorista”. Abajo el “Proyecto X”. Los trabajadores
y los sectores populares que quieren terminar con el espionaje y estas mafias
al servicio de los capitalistas, sus Gobiernos y sus partidos, que utilizan los
recursos del Estado para ajustes de cuentas o maniobras en función de los
intereses de cada camarilla, tienen que inscribir la disolución de los
servicios de inteligencia como parte del programa de lucha contra este Estado
de los capitalistas, por un gobierno de los trabajadores.
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