LA INTOCABLE DEL 78:
RENOVARSE O MORIR
Rosa
Martínez
Permítanme ser directa. A día de hoy tenemos dos opciones: seguir andando
en círculos o crear colectivamente un nuevo camino. Con la primera opción nos
acabaremos mordiendo en el culo, si no nos caemos antes mareadas y asqueadas.
Con la segunda, al menos se abre un horizonte al que dirigirnos. La primera es
la opción de los que se niegan a ver que el régimen del 78 está agotado, hablo
de Rajoy, hablo de Pedro Sánchez y hablo de Mariló Montero. La segunda es la de
todas las que pensamos que el origen de la crisis política, económica y
ecológica se encuentra, precisamente, en los puntos negros de nuestra actual
Constitución.
La Constitución de 1978, la Intocable,
ha creado un sistema incapaz de regenerarse o corregirse, y que además hace tiempo que ha olvidado el objetivo principal para el que fue
creado: servir a los intereses de la ciudadanía. Las nuevas
generaciones tenemos el derecho y el deber de exigir la revisión y la
reconstrucción de los pactos del pasado. La ciudadanía votó sí (aunque hoy eso
represente apenas el 30% de la población actual), pero no participó. La
legitimidad de entonces está en entredicho, tanto por las demandas de las
generaciones más jóvenes, como por las tensiones y distorsiones que el régimen
salido de la transición provoca en nuestra sociedad.
Recordemos que, muy a pesar de algunos,
los de siempre, ya tenemos sobre la mesa el primer elemento necesario –aunque
no suficiente- para todo proceso constituyente: un consenso ciudadano amplio sobre la necesidad de cambio.
Y aunque se niegue, somos muchas ya las que creemos inaplazable actualizar la
Constitución del 78, la Intocable, porque se está desangrando desde hace
demasiado tiempo. Las hemorragias internas se han convertido con la crisis en
heridas visibles y escandalosas, solucionadas con tiritas neoliberales todavía
más escandalosas e injustas, como la reforma del artículo 135. La Intocable ha
entrado en este último año en la UCI por culpa de un infarto soberanista y un
trasplante urgente de monarca.
El diagnóstico es claro: hay que empezar
a debatir una nueva Constitución que siente las bases para atajar de raíz la
crisis política, económica y ecológica en la que estamos empantanados. Esto no
se hace de un día para otro, y sin embargo nada urge más que la refundación de
nuestra sociedad a partir de un nuevo marco normativo. Debemos avanzar hacia la reformulación de un Estado en consonancia con los
valores de democracia, igualdad, participación y colaboración.
La apuesta de EQUO es un Estado republicano, federal y laico; cuyos principios
rectores sean la transparencia, la rendición de cuentas y la revocación de
cargos públicos como herramientas de lucha contra la corrupción. Es inaplazable
igualmente la reforma de la Justicia para garantizar su independencia y
asegurar la protección de los derechos que deberán ser ampliados asegurando el
buen vivir de las personas. Y por último, debe afrontarse una reforma del
sistema electoral que sea efectivamente proporcional y garantice al mismo
tiempo la representación territorial.
Y todo este debate puede darse de dos
maneras. Tal y como se hizo en 1978: 7 hombres encerrados en una habitación en
representación de los partidos políticos para decidir la organización política
del país. O por el contrario, un proceso constituyente abierto,
participativo y transparente en el que la ciudadanía sea protagonista.
En el proceso constituyente que ponga
fin al régimen corrupto, injusto y obsoleto de la Intocable, los partidos
deberán ser un actor más, una herramienta para la participación. Es imprescindible
involucrar a representantes de la sociedad civil y a personas sin adscripción a
ningún tipo de organización. Las consultas y los debates deben ser abiertos
a toda la ciudadanía; con una escrupulosa rendición de cuentas y transparencia de
las negociaciones y los procesos de decisión. Esta es la forma de hacer
política que nosotros defendemos desde nuestros inicios. Y es exactamente la
misma que está demandando la sociedad española en estos momentos y que se está
practicando por toda la geografía española en los espacios de confluencia
ciudadana.
La soberanía, el poder de decisión, reside en la ciudadanía. Nadie puede
negarnos el debate y estamos en nuestro derecho de dotarnos de una nueva
Constitución que dé respuesta a los retos y necesidades del siglo XXI. Quédense
con estas palabras: proceso constituyente. No sólo van a ocupar el centro del
debate político en 2015, sino que es el único camino hacia la regeneración
democrática.
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