GUACHINCHES
CON RAFA LUTZARDO
POR JUAN MANUEL BETHENCOURT
Sobre Rafael
Lutzardo Hernández, periodista tinerfeño de largo aliento, bregado desde sus
inicios en La Tarde hasta su paso por varios rotativos, se pueden afirmar unas
cuantas cosas. Como persona le distinguen dos rasgos: un corazón que no le cabe
en el pecho -quizá por ello, o seguramente por ello, le ha deparado un par de
sustos felizmente superados- y un hígado a prueba de bomba. Como profesional,
es un cronista genuino de la cultura isleña, además de un integrante de la
vieja guardia, uno de esos que relatan las historias que han visto, escuchado
y, en su caso, también saboreado. En tiempos de sumisión al cacharro
tecnológico, Lutzardo reivindica el periodismo hecho desde las tripas, el
testimonio directo y, por ello, verídico, sobre todo si se trata de ahondar en
la cultura isleña y sus vericuetos. Es este el caso de su último trabajo,
¡Vamos de guachinches! Y otras casas de comida (edición conjunta de Ángel
Morales y Ediciones Idea), presentado ya en varios municipios de la Isla y
también en la sede del Cabildo insular. El viernes pasado le correspondió el
turno al Centro Ciudadano de San Diego, barrio lagunero identificado con la
economía rural y sus productos, incluidos los gastronómicos. Hay unas cuantas
cosas que se pueden decir, asimismo, sobre los guachinches. La primera, que son
lugares de encuentro, ya sea familiares, amistosos, de compañeros de trabajo.
En este espacio democrático de nuestra gastronomía hay, claro, un lugar
reservado para la calidad, y también para la innovación, pues los guachinches
abrieron brecha en esa figura hoy moderna de nuestra oferta, el llamado
comercio con degustación. Hay cosas que en cambio los guachinches no son, y
también es preciso dejarlo claro. No son, por ejemplo, una subcultura, y
tampoco un lugar para cultivar la nostalgia, pues estos espacios forman parte
de nuestro presente, no sólo de nuestro pasado. A veces nos enredamos en la
recreación del pasado como estrategia, lo cual es un error, en la medida que el
fomento de lo artificial supone en última instancia una banalización de nuestro
legado. Así que guachinches del siglo XXI, sí; teatros de época en miniatura,
no. Y a ello, al presente de nuestra oferta gastronómica, se dedica este libro
de Rafa Lutzardo, aderezado por el complemento que sirven destacados escritores
y periodistas también amigos de la buena mesa con mejor compañía. Este es un
trabajo honesto y riguroso, un libro que no nos conduce a otros libros, sino
que nos anima a pisar el territorio con cualquier excusa, y a conocer algo más
de nuestra cultura y de nosotros mismos.
REPRODUCIDO DEL
DARIO DE AVISOS
11 DE DICIEMBRE
DE 2014
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