FELIPE VI Y
LA HISTORIA COMÚN
ESCRITO POR BENITO SACALUGA
Bien sabemos
todos que Felipe VI no tiene ni voz ni voto en los asuntos de gobierno, se le
aplica y él acepta el humillante precepto del "come y calla". Si
respeta la ausencia de voto bien podría hacer lo mismo con la voz y así
ahorrarnos la vergüenza de escucharle.
Desde que Felipe VI fue colocado en el Palacio de la Zarzuela,
investido de todos los honores y dotado de todos los privilegios que ya
disfrutaba su padre, han sido varias las ocasiones en las que se ha visto en la
obligación de pronunciar discursos, hablando en plata "de darnos la
charla". En poco o nada se diferencian unos discursos de otros. Los que se
los redactan deberían esforzarse un poco más, bastante más, y los asesores de
imagen del nuevo monarca, con su esposa la cabeza, deberían obligarlo a tomar
clases de dicción, expresión corporal y esas otras cosas tan necesarias para
que el que no dice nada parezca que dice algo. Guardemos el discurso recién
pronunciado en la entrega de los Premios Cavia de Periodismo que deciden en el
ABC y comparémoslo con el que se presume que pronunciará en la entrega de los
Premios Príncipe de Asturias, o para hablar con más propiedad de los Premios
Princesa de Asturias, y comprobaremos como son un calco tuneado. Unos discursos y un comportamiento que me
recuerdan a los de José Bonaparte, rey de España por abdicación de los borbones
(1) y el dedo imperial de Napoleón, centrado en hacerse simpático en Madrid
para ganarse el favor popular, que daba fiestas, sonreía a todas horas y por
cualquier motivo soltaba largos discursos que hacían contener la risa a los
que, obligados, le escuchaban. Unos comportamientos y unos discursos de José
Bonaparte que los españoles cortaron de raíz venciendo y humillando en Bailen a
las tropas de su hermano Napoleón, poco después de que miles de madrileños
dieran su vida luchando en las calles contra los invasores en un inolvidable
dos de mayo y días posteriores.
Siguiendo con esto de las similitudes, no está de más recordar
la soledad de las calles madrileñas al paso de Felipe VI camino del Palacio de
las Cortes el día de su ascenso al trono. Las calles estaban vacías, tan vacías
o más que cuando José Bonaparte llegó a Madrid, seguido de una escolta que más
que honrarle, le defiende, y observa que las calles están vacías, que nadie
sale a aclamarlo, que a pesar de que los franceses y afrancesados han dado
orden de poner colgaduras en los balcones apenas se pueden ver algunas. Hasta
tal punto fue el desprecio de los madrileños que el "rey" le comentó
a uno de sus escoltas: "Madrid es una ciudad sin gente".
Resulta estremecedora la semejanza que existe en el tono y la
entonación de las charlas de Felipe VI con las que nos daría cualquier cura
desde su púlpito. El mismo tono de voz y la misma hipócrita actuación. Para que
el parecido sea perfecto solo le falta que al terminar su perorata dijera eso
de: "Ir en paz".
Oír en boca de Felipe VI la palabra "libertad" cuando
desde que nació fue un súbdito de Franco, criado y educado "a la orden
de..." resulta cuando menos hilarante. Él renunció a defender la verdadera
libertad a cambio de una vida regalada y un principado y ratificó su renuncia
cuando un día desfiló en el Rolls Royce de un dictador camino de su particular
Notre Dame, un camino hacia la corona, pero al contrario que Napoleón, que lo
hizo para coronarse emperador y así distanciarse del antiguo régimen y romper
con la herencia de la Casa de Borbón, Felipe lo hizo para preservar el régimen
que Franco diseñó y para perpetuar esa extranjera Casa de Borbón en una España
que rezuma republicanismo. Felipe VI no puede hablar de Libertad, el concepto
que tiene de ella es el mismo que el de aquel nefasto gallego que se empeñó en
que España fuera "Una, Grande y Libre" aunque los españoles fuéramos
muchos y reprimidos al límite. De joven nunca conoció otro significado de la
palabra libertad, solo la versión de la dictadura, y ahora su reinado se basa
en que los españoles carezcamos de ella para decidir que clase de Estado
queremos y quien ha de ser el Jefe del Estado.
Bien sabemos todos que Felipe VI no tiene ni voz ni voto en los
asuntos de gobierno, se le aplica y él acepta el humillante precepto del
"come y calla". Si respeta la ausencia de voto bien podría hacer lo
mismo con la voz y así ahorrarnos la vergüenza de escucharle, a la vez que el
importe de su smoking y los trajes de alta costura de su esposa. Pero no lo
hará, y no porque no lo esté deseando, sino por que no le dejan, él preferiría
reinar como lo hizo su padre, que solo en Navidad nos daba la charla para
decirnos que lo que debemos hacer es (sic) "tirar del carro". Ya
sabemos todos que la corona "no puede hacer nada" para aliviar la
situación laboral de una española de a pié con sus pies, los dos, en el paro
(palabras de la Reina), pues claro que no, ni por ella ni por nadie que no sean
sus cortesanos, nobleza obliga, aunque como en el caso de los borbones sea una
nobleza de ese genero chico, de zarzuela, ni siquiera de opereta francesa como
les correspondería. Yo me pregunto en que estaba pensando Felipe VI cuando en
su último discurso dijo eso de (sic):
“Apoyarnos y enriquecernos mutuamente desde una historia común”, y no lo
digo por lo del enriquecimiento, que bien podría pero hoy me abstengo, me
quiero referir hoy a eso de la "historia común", palabras que
pronunciadas por "Su Majestad" son un insulto a cientos de miles de
españoles que dieron su vida por la República mientras su abuelo pedía a Franco
un puesto en la Armada sublevada, puesto que el dictador le negó entre risas y
exabruptos. De historia común nada. En todo caso historia compartida desde la
coetaneidad de los hechos.
Los españoles de a pié no hemos pasado la infancia en palacios,
no hemos recibido las caricias del dictador, ni a ninguno nos han regalado
nada, a Felipe VI le han regalado un trono. De historia común nada. Los
españoles de a pie no hemos derogado una Constitución como hizo su antepasado
Fernando VII. Tampoco hemos dilapidado el dinero de nadie en orgías palaciegas
como su nada lejana antepasada Isabel II, tampoco hemos cazado elefantes como
su padre, tampoco hemos hecho "viajes privados" con una princesa que
no lo es, como su padre, y tampoco hemos sido agasajados en palacios árabes,
tampoco hemos..... De historia común nada. Tampoco las diferentes regiones que
hoy conforman esta España tienen una historia común, si a eso se quería referir
el rey en su discurso demuestra un perfecto desconocimiento de la historia de
España, aparte de un gran desprecio por la individualidades de sus antiguos
reinos, de sus regiones y de su atribulada historia. De historia común nada. Si
acaso juntos, pero nunca revueltos, y si juntos nunca a la fuerza.
Algo si ha sido común a todos los españoles y ha sido el tener
que soportar a la Casa de Borbón desde hace exactamente 314 años, que no es
poco tiempo, ni pocas las desgracias que nos han supuesto sus reinados,
intrigas, guerras de sucesión, directorios militares, protección a ultranza del
catolicismo, pérdida total de las colonias y vergonzosos comportamientos personales.
Sí, 314 años desde que Philippe de Bourbon, duque de Anjou, nacido en Versalles
como segundo de los hijos de Luis, Gran Delfín de Francia y de María Ana de
Baviera, fuese coronado como Felipe V rey de España.
Ya acabo, solo por si alguien le cuenta a Felipe VI algo de lo
anterior, rogarle que me hiciera el favor de decirle a Su Majestad que una cosa
es "su" historia de España y otra historia la de los españoles, y que
la España de hoy no es una unidad formada por sus pueblos, es un conjunto de
ellos, como debe ser y solo ser hasta que libremente alguno de ellos quiera
bajarse del tren.
Benito Sacaluga.
(1) En marzo de 1808 tuvo lugar la revuelta de la servidumbre y
los oficiales en la residencia del rey en Aranjuez. Forzado por su guardia
personal, Carlos IV tuvo que ceder la corona a su hijo, Fernando VII, quien ya
había intentado dar un golpe similar cinco años antes en El Escorial. En mayo
siguiente, tras la ocupación de España por las tropas del Emperador de todas
las Francias, Napoleón Bonaparte, Carlos IV y Fernando VII fueron enviados a la
localidad francesa de Bayona. Allí el emperador obligó a Fernando VII a
devolver la corona a su padre quien a su vez fue obligado a abdicar en
Napoleón. Dos días después el emperador se la cedía a su hermano, José, quien
sería rey de España hasta 1814.
La abdicación es una costumbre digamos que bastante habitual en
la Casa de Borbón:
El primer Borbón, Felipe V, cedió la corona a su hijo Luis I de
España hasta que una viruela se lo llevase por delante y Felipe V se vio
obligado a sentarse nuevamente en el trono de España.
Carlos IV abdicó en su hijo Fernando VII.
Fernando VII es obligado por Napoleón a abdicar en su padre,
Carlos IV, y este en Napoleón, quien a su vez cede la corona a José Bonaparte.
Isabel II abdicó en su hijo, Alfonso XII.
Alfonso XIII "abdica" (es expulsado de España), la
Junta Republicana asume la Jefatura del Estado.
Juan de Borbón abdica en su hijo Juan Carlos I, obligado por el
dictador Franco.
Juan Carlos abdica, obligado, en su hijo, Felipe VI.
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