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martes, 17 de junio de 2014

GARCÍA MÁRQUEZ EN EL RECUERDO



GARCÍA MÁRQUEZ EN EL RECUERDO
VÍCTOR CORCOBA HERRERO

El iluminado García Márquez fue un personaje de hondura, que describió la naturaleza corrupta como pocos, el contexto de los hechos violentos, los rasgos culturales de la especie, hasta inventarse la aldea de Macondo condicionada a diversas circunstancias como resultado del lenguaje o del mismo nudo de la soledad que impregna la totalidad de su obra, que nos vuelve irreconocibles y solitarios.

Sus palabras tienen especial significado hoy para los ciudadanos de todo el mundo. Por eso, aplaudo que Naciones Unidas le haya rendido tributo a un hombre de pensamiento claro, que no sólo supo hablar hondo, también descifró los tiempos venideros, sabiendo injertar literariamente la emoción del cambio.

Sin duda, la perdurable obra de García Márquez nos insta a profundizar en las múltiples situaciones a través del mágico diálogo de la palabra, para reencontrarnos con la misteriosa existencia en sus afanes y desvelos, con personajes sacados de la vida misma o imaginarios, pero siempre dispuestos a dejarnos interpelar, porque para él lo fundamental de una novela es «que mueva al lector por su contenido político y social, y al mismo tiempo por su poder para penetrar en la realidad y exponer su otra cara».

García Márquez pensaba en una «nueva y arrasadora utopía de la vida, donde nadie pueda decidir por otros hasta la forma de morir, donde de veras sea cierto el amor y sea posible la felicidad, y donde las estirpes condenadas a cien años de soledad tengan por fin y para siempre una segunda oportunidad sobre la tierra». Realmente, pienso que tenemos que obligarnos para poder abrazar ese horizonte utópico, donde el ambiente armónico perdure para todos, como también va a permanecer el deletreo de historias como las del novelista.

A lo largo de la novela Cien Años de Soledad, todos sus personajes están predestinados a sufrir, como una losa, la soledad en carne propia, el aislamiento y el olvido como si derivase de la naturaleza misma del ser humano, una visión subjetiva en ocasiones que le llevará al autoconocimiento. A mi entender, su literatura recrea como ninguna un fluir de evocaciones y de saberes que nos dejan verdaderamente encandilados a este transcurrir de los tiempos, en los que se funde el afecto de la pasión con la irrealidad, la incomunicación con la muerte, el honor con la venganza, el tiempo con la historia, la pasión con el entusiasmo, el humor con el poder; en definitiva, todo aquello que sucede en el propio curso de la vida.

García Márquez se ha ido de este cauce visible, pero el recuerdo lo ha inmortalizado. Sus historias son tan actuales, que llegan a confundirse con las mejores crónicas escritas recientemente, cautivadas con la claridad de un privilegiado poeta fascinado por la palabra. Ha sido un expedicionario de la veracidad, con él la literatura trazó mundos posibles, rutas apasionantes. Él creó y recreó la vida a su modo y manera. Llegó al corazón de las gentes, al corazón de las culturas, y hasta, en ocasiones, asumo que escribió para no morir. Pues ha ganado la batalla de escribir, tal vez para acompasar (y acompañar) la soledad que le pesaba muy adentro, y en esto se marchó. Casi sin decir nada. O diciéndolo todo, porque el silencio también nos habla de otra
 

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