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martes, 25 de marzo de 2014

CÁRCEL Y DERECHOS HUMANOS



CÁRCEL Y DERECHOS 
HUMANOS
EDUARDO SANGUINETTI –
 FILÓSOFO RIOPLATENSE


Día a día nos humillan e intentan degradarnos, con la consigna de instalar “miedo” en el espacio de nuestras naciones por el estado de “inseguridad”, en que vivimos: ¿Inseguridad? Que, como espectáculo ultramediático, fue instalado por el poder.

El efecto deviene en encontrar al culpable del “estado de inseguridad”, que cae en un individuo marginal, al borde del camino del denominado deber ser, que posiblemente ha incurrido en algún delito. Un delincuente, por lo tanto: un “enemigo del pueblo”, a quien encierran en una celda dejándolo en estado de hacinamiento, y en el 60% de los casos sin sentencia y sin comprobación cierta del delito que se le imputa, conviviendo con su materia fecal y su orina durante una temporada prolongada.

Creo no está prevista en los códigos de procedimiento penal tal situación, por demás degradante. O me dirán que abogan por la pena de muerte, o que tal vez pueda ser restituido e incluido en la sociedad que lo ha expulsado desde niño, sin periferia, ni anexo, sin pertenencia. Solo hambre, violencia familiar, abuso y soportar lo insoportable. No se justifica, solo la justificación es funcional, para los flagrantes delitos de los terratenientes y las mafias, que accionan en nuestras sociedades, explotando a millones de mujeres y hombres.

Para que exista este tipo de torturas y vejaciones con los presos, sin dudas, debe estar legitimada y avalada la impunidad en la Institución Penitenciaria. La garantía de impunidad, en este caso, debiera ser otorgada por la Justicia, que es un poder que acciona como brazo de la ley, sobre todo en los más desprotegidos, o en los que disienten en no asimilarse a su normativa de cotizar en mercado de valores no degradables.

El poder político en este caso estaría violando y violentando los derechos, de por sí inexistentes, para estos chivos expiatorios, de tanta corrupción vertical, pues no se ignoran los pactos y negociados de los poderosos, con las supranacionales fantasmas, con garantía de estafar y robar. La violación de esos derechos pareciera estar legitimado por el Poder Judicial, “semper fidelis” al poder económico corporacionsta y a sus caprichos.

Pero ¿qué puedo hacer para torcer la proa de estos crímenes?, se preguntará el ciudadano que vive asustado, escondido en su hábitat esperando al “ladrón” o al “verdugo” que escatológicamente practique con él y su familia algún ardid, del que mejor no hablar. Al ciudadano sólo puedo decirle que se levante encima de la media y haga valer todos sus derechos de los que debe gozar, no sufrir, y los ponga en acto, pues estamos en Estado de Derecho, ¿o no es así?

¿Qué esperamos para instalar el debate en nuestra comunidad? Y lo hago extensivo a todas las naciones de nuestra Suramérica, donde los derechos humanos tan proclamados y tan poco aplicados para con los que cumplen condena en todas las penitenciarías de este continente. No podemos dejar que se pudran en infectos nichos nuestros presos.

Es un tema que se esquiva con el asunto de la inseguridad, utilizado y manoseado hasta el hartazgo por nuestros políticos en campañas electorales permanentes, como orden del día. Inseguridad instalada por las pésimas y corruptas administraciones de todos los mandatarios de este continente. Allá ellos… Y nosotros, para romper el mutismo y la complicidad, por y para la vida, por la libertad, pronunciémonos.

¡Ah! y la educación que se promete y no llega, un salvoconducto a un mundo mejor. Me refiero a la que se promete y está por venir, no terminando de llegar, no de la degradada educación para habitantes del siglo XIX que ya fue y la Cultura que no tiene referentes que puedan crear corrientes de opinión, simplemente se remite a personeros del poder disfrazados de torpes escribas de baja estofa, que regurgitan lo ya pensado, lo ya construido, lo ya descubierto , una cultura y una educación con programas obsoletos, manipulada por “oportunistas del conocimiento prêt -à- porter”, y los pueblos, ¡pobres pueblos!, cocinándose un porvenir, sin huellas.

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