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domingo, 17 de noviembre de 2013

PALABRAS DE AGUSTIN DIAZ PACHECO SOBRE EL LIBRO "EL CENTRO DEL GRAN DESCONOCIDO"

VIAJAR ENTRE COARTADAS


Agustín E. Díaz-Pacheco (*)
 Uno de los componentes a los que más alude la narratología puede consistir, y es una opinión, en que quienes escriben consideran cierta la presencia inspiradora de temáticas, aunque paradójicamente dicho argumento se balancee peligrosamente en el fino alambre de la hipótesis.
     En un excelente libro (1) pude leer la simbólica y enigmática cita de la magnífica escritora, ucraniana de nacimiento y brasileña desde su remota infancia, Clarice Lispector, referida a la inspiración: “Todas las visitaciones que tuve en la vida, llegaron, se sentaron y no dijeron nada” (2). Aludía, evidentemente, a cierta condición pasiva referida a la inspiración. Pero en muchas ocasiones el escritor no se limita a esperar y ser visitado, sino que retira el sillón o la silla a tan peculiar visita, tampoco en ser preguntado, comienza a viajar, bien a través de lo que yo denomino viaje estático, o sea, el escritor no sale tan siquiera de su domicilio, o por su contra, mediante lo que yo califico como viaje dinámico, es decir, el escritor atrevido en salir, el que se interna para indagar y encontrar la razón vital que ha espoleado su vocación en cuanto a descubrir. En el primer caso, podríamos situar a Franz Kafka, y en el segundo, a Joseph Conrad o Ernest Hemingway, por ejemplo, y estrictamente referido a título ilustrativo. En el caso de Eduardo Delgado Montelongo y su novela El centro del gran desconocido (3), opino que supone un caso intermedio respecto a las dos categorías anteriormente expuestas.
    Al leer su texto me hallé ante un interesante novela corta, abrupta, radicalmente heterodoxa, de inquieta sintaxis, notoria por curiosa y desconcertante transgresión temática, y en la que abunda la lascivia erótica y un lenguaje bastante descarnado, también una vital cuestión de fondo que ya aludiré. Delgado Montelongo nunca ha desdeñado el valor de la insinuación como vital clave literaria, el esbozo que antecede a la integridad del dibujo abarcador, y discernir respecto a lo que significa el contrapunto de ésta su novela referida a otras anteriores suyas, Cristina y otros vicios, Cuaderno afortunado y Johanna, pongamos por caso. También  el autor de El centro…, recuerde la sentencia proferida por el escritor estadounidense Ambrose Bierce, en su vitriólico libro El diccionario del diablo, refiriéndose a la experiencia: “Sabiduría que nos permite reconocer como una vieja e indeseable amistad a la locura que ya cometimos”. Igualmente, al leer su novela, también reparé en los dibujos de la portada, originales ilustraciones manovistas por Néstor Delgado Morales, primo hermano del autor, sumamente creativo en lo pictórico.
    En El centro…, concurren ciertos valores. Nadar a contracorriente, con todos los riesgos que ello conlleva, ser irrespetuoso hasta hacerlo estética, con descripciones muy duras, premeditar malsonancias absueltas por la costumbre en pronunciarlas y convertirlas en eco –prescindible para algunos escritores e indispensable para otros ya que así se puede interpretar una derivación del soporte sociolectal-, exponiendo cierta servidumbre ante lo que podría ser la antimalthusiana Orden de Onán-, y así, paulatinamente, ir conociendo el más que impensable infierno literario, en el cual tanto se atreve ensañar y el oficiar inquisidor como, por ejemplo, los situados entre las nueve potestades de la mitología cristiana.
    Alude, al inicio de El centro…, a la Intratierra y la Extratierra. Es cuando uno de los protagonistas, Rafa, menciona a Richard Edwin Byrd (Virginia, 1888 – Boston, Massachusets, EEUU, 1957), almirante aviador de la Armada de EEUU, quien narró su insólito viaje a la Tierra Hueca, reflejado en su Diario secreto. Afortunadamente, Delgado Montelongo evita abrumarnos con referencias a Orfeo y su esposa Eurídice, elude las leyendas germanas “que exilian a Venus al interior de la Tierra” (2), y sortea inteligentemente –motivado político-ideológicamente- a las concepciones del general alemán Karl Haushofer, profesor de geopolítica en la Universidad de Munich, de enorme ascendencia sobre Rudolf Hess, tampoco aborda la Sociedad Vril (3) y al horror del III Reich. (Quepa manifestar que los nazis creían en la concavidad de la Tierra, tanto a instancias de pensadores occidentales como por influencias de monjes tibetanos (4). Incluso componentes de elite de la SS viajaron al Tíbet, al igual que lo hicieron a Canarias, cabiendo la más segura probabilidad de que transitaran el Barranco de Badajoz, situado éste en el término municipal de Adeje, Tenerife).
    La Intratierra es, pues, otra coartada al servicio de una transgresora construcción literaria concretada en El centro…, en la cual se da una sucesión de irrefutables transgresiones. También la omnipresencia de una artista porno, Katia Kaninsky, ilusión y realidad casi convertida en mito, su posterior búsqueda en la milenaria ciudad de Buda y Pest, luego unificada como Budapest  (en cuyo proceso fue importante el puente de Széchenyi o “puente de las cadenas”). Indagar en Buda, abundante en barrios residenciales, habitado por la media-alta burguesía o en Pest, conglomerado mayoritario que conforma cuantitativamente la ciudad separada por el Danubio. Proceso de búsqueda luego dado en Praga, en la cual el autor repara en el cementerio judío de Zelivského y la tumba de Franz Kafka, situada a escasa distancia de la de su gran amigo Max Brod, quien salvaguardó importantes textos del autor de La metamorfosis. Búsqueda que fructifica al encontrarse el protagonista con Katia Kaninsky en plena necrópolis, para luego jugar entre el algodón o el lino.
    Después, Viena y Bratislava, para acceder a La Ciudad, y celebrar a un ser querido que convierte al protagonista en testigo de un nuevo y pequeño ser humano, para él entrañable. Más tarde, los hombres que sueñan con ser dioses, los hacedores hipnotizados o poseídos por la alienación  y que tan sólo poseen la ceguera de no estar aunque se permanezca en vertical, estar desbrujulados cuando ni tan siquiera puede existir la noción de una existencia física que pueda ser cognitiva. 
    El autor de El centro del…, a quien yo adjudicaba cierto parentesco estético con la corriente Accidents Polipoètics, variante de la polipoesía del singular italiano Enzo Munarelli, me ha resultado, según sus propias palabras, todo un ferviente lector de autores inscritos en la llamada generación Nocilla. Así, Agustín Fernández Mallo, el ensayista Fernández Porta, y los también escritores Javier Sierra o Manuel Vilas, por citar a algunos de ellos, y teniendo en cuenta la capacidad crítica de la periodista Nuria Azancot, diligente y cerebral en su brillante labor diseccionadora. La interdisciplinidad que figura en Accidents Polipoètics, su quehacer narrativo, posibilitar que nuevas aportaciones –Internet, redes sociales, youtube, medios de comunicación de masas, música underground y otras diversas y diferentes manifestaciones de una nueva cultura esencialmente urbana- compongan una singular urdimbre, aproximándolos cardinalmente a los nocilla boys, y permítaseme tal licencia. Conforme a una heterogénea concepción de la creatividad, se dan los amores sorpresivos y fugaces, el solitario esfuerzo ejecutado por los seguidores antimalthusianos de la Orden de Onán, la importancia concedida a las ciudades y su vertiginoso tráfago, determinada necesidad erótica a veces no satisfecha del todo pero ansiada con avidez, de ahí que se recurra a solitarios esfuerzos manuales, deambular encima del mapa que pisan los propios pies, o sea, viajar incesante y a veces compulsivamente, derrocar fronteras mochila al hombro sabiendo soportar el azote del aire en pleno rostro, descubrir nuevos y diferentes lugares, transgredir convencionalismos, ser tránsfuga de falsas patrias, y atinar en lo concerniente a una especifica materia estrictamente literaria: efectuar diálogos incorporados, estilar ciertas manifestaciones neosurrealistas o tardoesperpénticas, y manifestar enorme rebeldía ante ciertos dictados formales, lo cual queda constatado en su singular hechura narrativa. Y en el caso que nos ocupa, o sea, la novela El centro…, cohabita con todo lo expuesto la tenue penumbra que obliga a que la razón se exilie. Me refiero, obviamente, a cómo evoluciona paulatinamente la fragmentación mental del protagonista principal
    Lo que ha inspirado a Eduardo Delgado Montelongo ni tan siquiera se ha sentado, y el Viaje estático o viaje dinámico, en el cual consta la conceptualidad que habita en algunos de los anteriores textos de Delgado Montelongo, adquiere otra considerable por distinta categoría en ésta reciente entrega. Lo precedente sitúa a Eduardo Delgado Montelongo en una línea observadora de la trilogía Nocilla Proyecto (6), del escritor Agustín Fernández Mallo, redefiniéndolo en su ensayo de emblemático título: Afterpop (7). De manera tal, que el autor de El centro…, queda incardinado: ser un escritor canario exponente (¿solitario?) de un estilo que admira pero del que no participa, estilo en el que diversos componentes no se distancian, llegando a integrarse a manera de rompecabezas.
               
1.- El oficio de escritor, Ediciones y Talleres de Escritura Creativa Fuentetaja, 190 páginas, Madrid, 1997.
2.- Op. cit., página 83.
3.- El centro del gran desconocido, Eduardo Delgado Montelongo, Ediciones Aguere-Ediciones Idea, 67 páginas, Canarias, 2013.
4.- Nazismo enigmático. (Los secretos del ocultismo nazi), José Miguel Romaña, Seuba Ediciones, 350 páginas, Barcelona, 1996).
5.- Nocilla dream, Editorial Candaya, 2006; Nocilla experience, Editorial Anagrama, 2008, y Nocilla Lab, Editorial Anagrama, 2009, la tres novelas, de la autoría del escritor Agustín Fernández Mallo.
6.- Afterpop, Editorial Berenice, 2006.
(*)  Agustín E. Díaz-Pacheco es escritor.


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