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jueves, 5 de septiembre de 2013

La excusa para sembrar el terror

SIRIA: LA EXCUSA DE LOS GENOCIDAS HISTÓRICOS
Por EMILIO CAFASSI, Profesor titular e investigador de la Universidad de 
Buenos Aires, escritor, ex decano. cafassi@sociales.uba.ar

 “Atacar o no atacar” es el soliloquio degradado por una oscura sumatoria de intereses con el que Obama se debate hoy, en la duda que por el siglo XVII inmortalizó Shakespeare en su Hamlet con pretensiones mucho más ontológicas. El príncipe actual también es atacado por apariciones fantasmagóricas que le reclaman venganza, valor e iniciativa -como las que por entonces aquejaban al monarca dinamarqués- mientras se pregunta si sus conveniencias se inclinan o no hacia la acción. Además del tiempo y las circunstancias que mediatizan la analogía, lo que cayó por el camino es el imperativo moral. La sujeción o parálisis ya no se sustenta como en Hamlet en el rechazo ético al devenir asesino. Obama ya lo ha asumido y cualquier acción será una nueva corroboración fáctica de su carácter criminal.

Las Naciones Unidas no han corroborado aún el uso de armas químicas en el conflicto interno sirio. Menos aún quiénes las habrían empleado. Sin embargo este Hamlet inmoral del Siglo XXI ya tiene las respuestas que los fantasmas le proveen servicialmente. El secretario de estado John Kerry, presentó solícito un “informe de inteligencia” con supuestas evidencias de que el ataque (con armas químicas) fue orquestado por el régimen sirio. Se trata de un documentito de 5 páginas sobre el que hasta el conservador diario “Clarín” de Buenos Aires se jacta de considerar desconfiable. “Entre las fuentes de información utilizada para preparar el informe no sólo figuran informes de inteligencia estadounidenses sino también información proveniente de Internet y de reportes periodísticos, algo que siempre provoca desconfianza”. La misma que en su momento tuvo hace años el propio Obama ante la información que decía tener el presidente George Bush para ordenar una invasión a Irak. La diferencia es que ahora la excusa se viene desgastando por abuso de reiteración como para atraer socios a la aventura. Otro diario argentino más derechista aún como “La Nación”, sostiene que Obama “enfrenta el escepticismo de propios y extraños sobre una intervención en Siria y sobre la evidencia en la que se basa”. Cada vez menos auxiliares encontrará entre sus aliados para jugar el rol de Sheriff mundial. No deja de ser una burda ironía histórica que sólo Francia confirme el acompañamiento en esta posible nueva empresa intervencionista, cuando en 2003 el conservador presidente Chirac se negó a acompañar a Bush en su escalada en Irak. Hoy es el socialista Hollande el único predispuesto, luego de los rechazos de Alemania e Inglaterra. Los demócratas de un lado del océano y los socialdemócratas desde la otra orilla nos siguen trayendo lamentables ejemplos y evidencias históricas de negación de su supuesto progresismo.

Aún si se probara el uso de armas químicas e incluso se identificara a quienes las utilizan, la pregunta fundamental para dirigir una represión que evite la causa es ¿quién las produjo y quién las proveyó? Eludirla producirá el mismo resultado que cuando la justicia procesa a un adicto por consumir sustancias ilegales, sin investigar y condenar a la cadena de dealers o a los carteles del narcotráfico. Tal vez se concluya que el objeto de la represalia está mucho más próximo, física, ideológica y económicamente de quienes alegan querer condenarlo. Las luctuosas consecuencias de apelar a guerras o acciones bélicas pretendidamente quirúrgicas para apagar conflictos internos, están claramente documentadas, sin excluir su rotundo fracaso. No hace mucho fue Kosovo y más cerca aún está Libia. Sus cirujanos, de manos temblorosas y gestos ampulosos, portan escalpelos desproporcionados y carentes de filo que destrozan a quienes pretenden sanar o proteger. Llegado el momento, el tendal humano resultante se enunciará mediáticamente como “daño colateral”. Los misiles y los drones sólo cegarán la vida de más inocentes y acrecentarán el negocio armamentístico con el avivamiento de la conflictividad. La sola amenaza ya convierte a los habitantes de Damasco en una población desesperada que en el mejor de los casos -y en medio del terror- acierte a encontrar en la CNN indicios de la hora a la que les lloverán las bombas y misiles anunciados. Al terror fáctico lo precede el terror simbólico.

No se trata de que el uso de armas químicas -como el gas Sarín por ejemplo- resulte desconocido o su utilización improbada. Las utilizó masivamente Irak contra Irán gracias a la provisión que Europa le brindó. También existen tristes y sobradas pruebas de la utilización de armamento nuclear como lo recuerdan Hiroshima y Nagasaki o de Napalm en Vietnam. Los supuestamente horrorizados de ahora son precisamente sus productores y han experimentado su eficacia mortífera en varias oportunidades, siempre contra civiles indefensos. Pero probablemente el arma más potente sea la doble moral de los países hegemónicos en general y de Estados Unidos en particular, que esteriliza cualquier posible límite o contención y ordenamiento de las Naciones Unidas e impone una anomia jurídica internacional propiciatoria de licencias para toda clases de crímenes que siempre se presentan ideológicamente inevitables y “colaterales”.

De hecho fue ese el título (“Collateral murder”) que wikileaks eligió para el video que le proveyó el entonces soldado norteamericano Bradley Manning, cuyo martirio está lejos de concluir. Contrariamente, la prensa internacional dedicó mucho más espacio a sus inclinaciones sexuales e inclusive a la autoinculpación que pergeñó tácticamente su defensa. ¿Cuál es la relevancia de su deseo de convertirse en transexual o de su nuevo nombre Chelsea frente al tenor de lo que contribuyó a publicar? Manning logró con sus acciones dar un gran servicio a la verdad y con ella a la humanidad y tal vez, evitar algunos crímenes salvando vidas humanas. Si aún varios de los asesinatos, torturas y secuestros que revelan los documentos filtrados permanecen impunes o sus perpetradores con condenas ridículas, no es su responsabilidad. Cualquiera haya sido su motivación, permitió desnudar el monstruoso accionar ilegal de las ocupaciones estadounidenses y también el nivel de vigilancia y control al que son sometidos los estados y ciudadanos del mundo entero, incluyendo el suyo propio.

No pondré en cuestión la táctica jurídica de sus defensores, no soy abogado, ni menos aún reclamaría que se inmole en la silla eléctrica, después de haber pasado por torturas en sus tres años de encarcelamiento ilegal e inhumano a manos de sus compatriotas. Dos razones humanitarias se confrontan en la argumentación. Por un lado la de la asunción de la lucha por la transparencia que enfatizándola podría evitar más crímenes y quizás procesar a sus autores y por otro la del propio ex soldado que deseamos vea reducida su injusta prisión y que pueda pasar por ella con la mejor calidad de vida posible. Pero a los efectos de la lucha ideológica que su caso instaura y delimita, enfatizaré que no es cierto en modo alguno que sus acciones hayan afectado a personas o a los EEUU, como reconoció en el juicio añadiendo sentirse mal por ello, sino precisamente lo contrario. Sólo afectaron a delincuentes y a algunos intereses y personajes mafiosos enquistados en el Estado de su país. Tampoco es una prueba de ingenuidad -como la que se autoatribuyó- haber pensado que como joven idealista podría mejorar el mundo, en lugar de las personas en los puestos de autoridad apropiados para lograrlo. El mundo es hoy –apenas- un poco mejor que antes de que Manning ayudara a difundir la enorme cantidad de pruebas de acciones abyectas y de extrema morbosidad (recordemos que en el famoso video que difundió se ve cómo soldados norteamericanos en helicóptero masacran entre risas a un grupo de civiles desarmados en Bagdad, dos de los cuales eran periodistas de Reuters). No es él quien debe disculparse sino la sociedad y el sistema jurídico que en lugar de vanagloriar, estimular y proteger a los denunciantes de crímenes y aberraciones los persigue, encarcela, tortura, enjuicia y condena.



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