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martes, 24 de septiembre de 2013

EN RECUERDO DE MIGUEL ANGEL DIAZ PALAREA

LAPSO

José Rivero Vivas

 Tenía clara referencia de Miguel Ángel Díaz Palarea, propiciada por Pablo Quintana, aunque nuestro neto conocimiento se produjo a partir de La magua, con un cuadro suyo ilustrando la portada, publicada por Editorial Benchomo; algo después me entregó Cándido Un ron doble. El trato personal, sin embargo, tuvo su inicio mucho más tarde, en una fiesta de Manolo Mora, en fecha de Feria del Libro, todavía en la Plaza de España, antes de la reforma actual.
            En esa época iba con frecuencia a su despacho de La Cuesta, abarrotado de gente, como consultorio de la Seguridad Social, porque Miguel Ángel tenía siempre aliento que dar a quien acudía a su pericia de abogado capaz de solventar el conflicto más espinoso. Tenía allí, por aquel entonces, su oficina Cándido Hernández, y junto con Miguel Ángel y José Manuel, acompañados de otros amigos, al cerrar la jornada del bufete, íbamos al bar a tomar unas copas.
            Comenzó su defensa de mi litigio laboral con Cabildo, con fallo de sentencia favorable a nuestra causa. Luego hube de marchar a Londres, aunque conservamos nuestro vínculo por medio de Ánghel Morales, con quien mantenía comunicación a través de correo electrónico y mis visitas a su librería cuando volvía a Canarias.
            Establecido el contacto, tras gestión de Ánghel Morales, con Ediciones Idea, hubo la publicación en bloque de nueve de mis novelas, que fueron presentadas en el Colegio de Médicos, con participación de Ánghel Morales, Miguel Ángel Díaz Palarea, Benigno Rivero Melián, el Director de Publicaciones y el autor. El acto estuvo caluroso y acogedor, fuertemente emotivo para mí, lo que hizo que mi entereza quebrara y fuera interrumpida mi intervención; pero la pronta ovación del público asistente logró que no decayera el final, dando al evento un cierre afectivo de reconocimiento y amistad.
 Transcurridos los años, a instancias de Ánghel Morales, fue desempolvado mi manuscrito Hilván insinuativo de San Andrés. Salió con prólogo de Cirilo Leal -como colofón a su larga entrevista comentaron sobre mí varios amigos, Miguel Ángel entre otros- y prólogo asimismo de Miguel Ángel Díaz Palarea. Fue publicado por Editorial Benchomo y no sé si existe algún ejemplar en librería. Ignoro también si antes o después, asistí a la presentación, en el Colegio de Abogados, de su libro de cuentos, además de uno de ensayo de José María Lizundia Zamalloa, a quien fui por él presentado, así como a algunos más de sus colegas.
            Creo que fue él mismo quien me regaló un ejemplar de Las cucas, publicación de Ediciones Idea. Siguiendo mi costumbre de inhibirme cuando leo y escribo, con lo cual me siento solo ante la obra y directamente digo lo que pienso y siento en ese momento, emprendí detenidamente su lectura, señalando, como suelo hacer, lo que atrajo mi atención, a la vez que anoté mis impresiones al margen. Al final consideré que podía unir todo aquello y, sin que nadie me lo pidiera, conseguí elaborar un comentario sobre el libro.
            La fuerza creativa de Miguel Ángel Díaz Palarea no le permitía sosiego para dedicarse a la revisión de sus obras, por lo que dejaba en manos extrañas la entrañable corrección de sus textos. Estas personas podían ser eminentes profesores y aun grandes escritores en boga, pero su perspectiva de la narración no sería global, como la del propio autor. Así, cuando hay duda sobre un vocablo, o frase completa, el corrector oficial subraya en rojo sin más, mientras que el creador prefiere quizá modificar su parte opuesta en la regla de oro de ese pasaje, que puede hallarse al lado, en la página siguiente o diez capítulos más allá. Ello da como resultado su unidad de escritura, pese al supuesto error que el crítico pueda apreciar.
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Un día mencioné el escrito a Ánghel Morales, se lo pasé y lo colgó en su blog. No hubo eco, quizá por el poco interés despertado en sí. Pasados unos meses, alguien me preguntó si la crónica era canto laudable referido a la novela o si, por el contrario, se trataba de velada diatriba. No supe qué contestar, puesto que el artículo fue hecho sin acritud ni demoledora intención. Claro es que, se escribe en un sentido, y quien lee interpreta el tema a su manera, que es, en definitiva, lo que cuenta como genuina conclusión. Pero, en su grandeza y liberalidad, Miguel Ángel sabía que cualquier observación literaria supone sencillo mensaje intelectual, exento de ánimo ofensivo y propósito de herir la sensibilidad de aquel a quien va dirigido; de aquí que la reseña, constructiva respecto del aura de la obra y su autor, no fuera bruscamente apercibida.
            Sobrevino luego su enfermedad, que nos dejó consternados, sin posibilidad de encuentro, como convenía a su irreversible proceso y su propia estima. Tuve, no obstante, ocasión de verlo y desearle bien, durante la presentación que hizo, en La Laguna, de un libro de un amigo suyo, publicado tal vez por Aguere-Idea, puesto que fue Ánghel Morales quien me dio noticia de este acto en el que también él intervino en su introducción.
            Me sorprendió su fallecimiento en víspera de mi viaje a Londres, con corta estancia en Madrid. Aquella tarde fui al tanatorio de Santa Lastenia a presentarle mis respetos, cuanto mi condolencia a su familia y sus leales.
            Con el transcurso del tiempo percibimos el desconsuelo, la magua de no haber hablado lo suficiente con él, cual nos sucede cuando se nos va alguien allegado, un amigo, un ser querido. Este humano sentir nos confirma que el espíritu de Miguel Ángel Díaz Palarea sigue entre nosotros, y que su figura ha de permanecer por siempre indeleble en nuestra memoria.
José Rivero Vivas
Londres, agosto de 2013
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