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viernes, 19 de julio de 2013

¿Socialistas o sociolistos?, por Juan Henríquez

¿Socialistas o

 sociolistos?


Juan Henríquez

 Habían pasado diez meses desde la resolución congresual  que aprobaba las incompatibilidades, y los personajes haciéndose los despistados, cómo si la cosa no fuera con ellos. Fue necesaria la intervención del Comité Insular, máximo órgano entre congresos, para aplicar de inmediato y con urgencia la no duplicidad de cargos públicos, porque de lo contrario estos figurines de la política tinerfeña (Aurelio Abreu, Ana Lupe y Pedro Martín), afiliados  del PSOE, seguirían sin darse por aludidos.
No son seres superdotados elegidos por sus dotes intelectuales, y sobre todo, por su influencia ante los votantes isleños. Eran, y son, perfectos desconocidos para la inmensa mayoría de los tinerfeños; sólo tienen una relativa influencia en su ámbito local, y de no entrar en las listas bajo el despotismo, o forzamiento de los votos de la demarcación territorial de origen, pintarían menos que una brocha sin pelos. De hecho, entraron en las candidaturas por ese juego de reparto comarcal en el que siempre terminan enchufándose, no los mejores, sino los más listos, de ahí que un servidor tenga sus dudas entre sí estamos ante socialistas o sociolistos.
La duplicidad de cargos tiene  varias consecuencias negativas. La primera, y la más despreciable, es el demérito a valiosos y destacados militantes del partido. En segundo lugar, es aplicable el dicho popular del  “el que mucho abarca, poco aprieta”; porque en mi opinión, efectuar,  en política, varias responsabilidades simultáneas en el tiempo: colapsa el cerebro, aumenta la distracción, dificulta la concentración y, además, se asocia a irreflexivas conductas. Y por último, estamos ante un individuo/a  con una desmesurada ambición de poder político-económico para lucro personal, por encima de una dedicación real al servicio de la comunidad. Por ejemplo, el no renunciar a las dietas por asistencia a comisiones aparte de la dedicación exclusiva, es un ejemplo irrebatible. ¡Dimitan ya, caraduras!

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