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martes, 9 de julio de 2013

AIRES DE LOTAVIA, por Aquiles García Brito

AIRES DE LOTAVIA
 En el aire queda de Damián H. Estévez

por Aquiles García Brito
Al recibir de las manos de Angel Morales el libro que hoy presentamos, a quien había encargado me lo trajera de Tenerife en alguno de sus viajes, ya observé la relación de continuidad de este ...En el aire queda, con  Lo que queda en el aire, la primera colección de cuentos publicada por Damián H. Estévez en el año dos mil diez, no por el  presumible parecido en los títulos, que, como conjunto, debería llamarse  Lo que queda en el aire en el aire queda, sino por la presencia y el peso evidente de un cosmos  propio donde se desarrollan todas las historias contenidas en ambos volúmenes, apreciable con un simple hojeo.
Se trata de Lotavia, isla situada en el archipiélago canario o muy próximo a él, en algún punto de la zona macaronésica, según mis cálculos, no siendo desde luego Tenerife, de donde es natural Damián H. Estévez, ya que en El barco, el relato más extenso, se nos dice de un personaje habitante de La Orotava:

...después de tantos viajes en avión a Gran Canaria y La Palma y Lotavia, (pág 72),

formada por dos «semiislas» unidas por un descomunal promontorio llamado La Pared, de imponentes precipicios y acantilados sobrecogedores cayendo al mar, en cuya lejana

superficie apenas se distingue la serie de roques que conforman una réplica del archipiélago de las Canaria (pág.79).
Aunque la presencia de un universo literario propio, nos remite  indefectiblemente al paradigma  Macondo, ideado por Gabriel García Márquez en Cien años de soledad,, no debemos preceder así en este caso. Sin  negar que Cien años de soledad, publicada en 1967 pudiera haber influido en Damián H. Estévez, como lo hizo  en casi todos los escritores y lectores de su generación, el universo propio que nos ocupa es de otra naturaleza bien distinta, hondamente relacionado con aquel otro de Fetasa, 1ª edición 1955, por lo tanto más antiguo, la inmortal obra de Isaac de Vega, a quien tuvo que conocer y tratar nuestro autor en sus años de estudiante en la Universidad de La Laguna, me atrevo a afirmar, o posteriormente al residir en la misma isla. Ahora recuerdo que cuando tuvo la amabilidad de presentar mi poemario La voz mirada en Santa Cruz de Tenerife, estuvimos acompañados por la también excelente escritora María Teresa de Vega, hija del inaugurador del movimiento fetasiano.




 En la ideación y posterior recreación del territorio Lotavia desempeñan un papel importantísimo el surrealismo y, aún más, la visión kafkiana de Isaac de Vega. No cabe duda de que Lotavía es también aquella isla de Intán en donde Ramón, el protagonista de Fetasa, apareció un día por arte de magia y en la que vivió en la certeza comprobada de no poder escapar nunca:

Luego ve a la graja emprender el vuelo hacia el acantilado donde mora, donde yace la anciana, adonde él mismo irá (pág.25),

de «Futuro imperfecto», o

Y entonces, cuando todo esto ocurra, vuelva a casa, pero antes, alce la mirada, y vea que todas los palomas regresan al palomar, todas (pág.38),

de «Gera es feo», o

Anselmo Damas, bajo el sicomoro, mira el mar...a veces cree distinguir un barco grande..pero de inmediato se acuerda de que este es un mar aparte, sin barcos...y ahora sólo espera que un barco se acerque a la costa. Embarcar en él hacia la soledad (pág.82-83),

de «El barco».

O ese espacio increíble de Fetasa donde se puede pasar de una isla a una ciudad  a través de un túnel cuya entrada era una cueva en una playa, o por medio de otro, aparecer en una pradera paradisíaca. Leemos a propósito de la meseta peninsular en «Paisajes con hombres en el asfalto»: 
... y como preveías, el hombre acaba de cruzar y desaparece por la orilla izquierda, después de permanecer un instante aferrado a uno de los árboles cuyo nombre no identificas porque no se parece en absoluto a los que crecen junto a tu casa al borde del acantilado sobre el atlántico, en la isla... 20  ... y se te antoja que la tierra amarillenta ha modificado su color, No logras discernir en qué consiste con exactitud esa transformación, solo que los colores devienen más oscuros, verdes y grises. Bajas del coche y te acercas al borde. Aquí en vez de la zanja que habías imaginado, se abre a tus pies el altísimo precipicio. El mar, abajo, bate tenaz y colérico... mientras te aferras al drago para contrarrestar el vértigo. Después de un instante en que te saturas de la maresía, te vuelves y te parece que los cardones encarapitados en la ladera menean convulsos sus brazos para ahuyentarte.

Cierto es que algunas de las situaciones  surrealistas, no todas, que suceden en los cuentos acaban teniendo una explicación aproximada a lo racional pero, en estos casos, lo que queda es una sensación de fracaso del intento de cambio, de huída de la normalidad abrumadora, un agotamiento de las escapatorias, un decir «no hay solución», a veces ni eso, sino un triste  y sumiso retomar de la cordura, volver al redil del que nunca  se salió realmente, como le ocurre, por ejemplo,  a Frucho, en «Frucho y los zapatos perdidos», último relato del libro, equiparable a la aceptación de los personajes de Isaac de Vega de las extrañas situaciones en las que se encuentran, o con la asunción final de Josef K de una culpa desconocida, en El proceso, de Kafka.

 También hay un paralelismo importante, siempre presente pero más evidente en unos relatos que en otros, entre los personajes de Damián H. Estévez y los de, Isaac de Vega, Kafka e, incluso, los de la serie televisiva británica de culto de mil novecientos sesenta y siete, El prisionero, de Patrick McGoohan.
  El Hijo, los Altos Empleados, ambos con mayúscula, o el Consejo de Dirección, de «El barco» en...En el aire queda, Juan, el extraño que esclaviza y maltrata a su antojo a Ramón sin ningún motivo, de Fetasa,  el tribunal, los funcionarios, el guardián de la puerta de la Ley, de El  proceso, y el nuevo Número 2 (un personaje distinto cada vez que aparece) o el invisible Número 1, de El prisionero, todos con sus nombres genéricos e impersonales son la misma entidad desconocida, intratable, inaccesible, todopoderosa y dictadora de las  vidas de los individuos simples.

Con gran efectividad narrativa se utiliza la segunda persona en dos relatos, «Paisajes con hombres en el asfalto» y «Gero es feo». Aunque a quien se dirige el narrador es a un personaje, las continuas advertencias y exhortaciones meten de inmediato en la piel de este al lector, quien acaba sintiendo el encadenamiento fatal de los sucesos, los empujones de la fuerza ignota que mueve la realidad, con apariencia imaginaria.
En los restantes, el narrador continúa guiándonos con mano firme hacia el final decidido, mediante su omnipresencia sin resquicios, extremo en el caso de «Futuro imperfecto» donde nos indica lo que piensa una graja posada en un cable del tendido eléctrico,
 la mujer aun no había ocupado la silla, ni siquiera había salido de la vivienda, pero no vio en ese retraso motivo de preocupación, porque, aunque en escasas ocasiones, ya había ocurrido antes... (pág. 22),

o bien mediante el uso del leitmotiv, la bandada de palomas urbanas en su vuelo circular que se deja ver en más de un relato, «Gera es feo», «Rosa sobre luna», los árboles ajenos no identificados en «Paisajes con hombres en el asfalto», el whisky y un puzle, en otro.


La mirada kafkiana ha estado presente en toda la literatura mundial hasta nuestros días —Camus, Sartre, Borges, y García Márquez son algunos de los escritores influenciados por ella—, también  en Isaac de Vega el cual,  con su novela Fetasa, se situaría hoy como pionero y primera figura de la novelística española actual si no fuera por los mecanismos que mueven el imaginario mundo literario  de las islas, del que no se podrá escapar jamás, nosotros tampoco, y, por supuesto, en Damián Hernández Estévez quien, con...En el aire queda, cultivador de una  corriente literaria auténticamente canaria a la que dignifica, renueva y actualiza, entronca con la tradición literaria europea del siglo XX y XXI y marca una hoja de ruta, esboza un camino nuevo para la literatura canaria actual, que ojalá sea seguido por otros escritores y se alargué y bifurque en un futuro próximo.
 
Parafraseando una de las preguntas del autor en la contracubierta de su libro, nos podríamos preguntar:
—¿Hasta qué territorios hemos de huir de nosotros mismos para comprender que ya la huida no es posible?
—A Lotavia —contestaría yo.

Pero ocurre que no hay más noticias del lugar que este puñado de cuentos y, como toda cartografía de tan extraño sitio, un solo mapa sin coordenadas, así que, para arribar en él,  no nos queda más remedio que adentrarnos en las páginas de ...En el aire queda, de Damián H. Estévez, y disfrutar del viaje y la buena literatura.


Cinco de julio de dos mil trece




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