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sábado, 11 de mayo de 2013

ENSEÑA (Un cuento), de José Rivero Vivas


ENSEÑA
(Un cuento)
José Rivero Vivas
-¡Voto a lo nuestro!
            El grito hizo volver la cabeza a los transeúntes que pasaban en ese momento por el extremo superior de la Plaza de la Candelaria, entorno reformado en varias ocasiones, aunque no siempre fue su resultado más hermoso ni más cómodo que el anterior.
            Quienes giraron en sí, con el propósito de cerciorarse del motivo de aquella alta exclamación, alcanzaron a ver un señor, de media edad, que se había puesto de pie ante el banco donde permanecían sentados sus dos compañeros, de análoga edad a la suya, y los miraba desafiante.
            -No te acalores, Isidoro.
            -Estoy sereno, Miguel.
            -No lo pareces –medió el tercero.
            -No temas, Ricardo –tranquilizó Miguel.
            Isidoro inició unos pasos de retirada, pero al instante se arrepintió y se acercó a ellos, tomando asiento de nuevo. Luego, parsimoniosamente, dejando caer cada palabra, afirmó:
            -Quiero ser destino de quien carece de eco para su palabra.
            -¿A quién te refieres? –se interesó Miguel.
            -Al autor canario, tan apto como el que más.
            -De ser bueno –apuntó Ricardo-, no sería obviado por los medios de comunicación.
            -Importa tener en cuenta que su labor es testimonio del quehacer cultural de estas Islas. A este tenor, yo me siento obligado a conocer lo que mi paisano es capaz en su ficción. Calificaciones y categorías vienen por otros establecidas.
            Se produjo cauto silencio, acentuando la breve pausa en la tertulia de aquella avanzada mañana, rota por Ricardo que, como para sí, observó:
            -Así y todo, es raro ver una novela suya en escaparate de librería.
            -Cierto –ratificó Miguel.
            -Ello –subrayó Isidoro- nos lleva a preguntarnos por esta cerrazón de ignorar un producto que, si no alcanza el nivel de obras superiores, escritas con tinta de oro -como al parecer son las que nos llegan de diferentes espacios, en idioma original y en nítida traducción-, puede al menos considerarse que representan parte del prístino acervo de esta tierra, nuestra y de nuestros mayores, lo que implica autenticidad e inmediatez de cuanto es susceptible de acaecer e influir en nuestro ámbito real. 
            Extraña apuesta la de este hombre, podría conjeturar cualquiera que lograra oír su premisa. Inclinado a destacar la peculiaridad de una producción, mayormente desechada en su marco concreto, Isidoro se mostraba empeñado en señalar la necesidad moral de tomar contacto con la creación del autor canario, no por ser de suma excelencia, todavía por analizar, sino por cuanto incrementa el cómputo general de este país, hecho que, a su entender, no está suficientemente valorado.
            A lo que Miguel repuso:
            -Son muchas las cosas que aquí se aprecian.
            -Sin duda.
            -El oriundo de las Islas –puntualizó Ricardo- se siente inclusive orgulloso cuando menciona la excepción de sus vinos y sus quesos, tanto como en la exaltación que hace de su folclore.
            -Sin embargo –objetó Isidoro-, no se pronuncia en absoluto sobre nuestra literatura.
            -Por desconocimiento, tal vez.
            -Eso presumo, Miguel.
            -¿Por qué no pensar en lo desacertado del texto?
            -Creo, Ricardo, que la posibilidad es latente. No obstante, habría que ir al libro y declarar abiertamente la impresión inferida a través de su lectura.
            Tornó a reinar el silencio, prolongado esta vez, hasta que el propio Isidoro habló:
            -Bien. Es hora de irse a casa.
            Los otros asintieron con sendos gestos de cabeza.
            -Seguiremos tu ejemplo –dijeron a una.
            Isidoro se levantó y sin más se fue.
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José Rivero Vivas

San Andrés, Tenerife,
mayo de 2013

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