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sábado, 4 de mayo de 2013

CULTURA SOCIEDAD ANÓNIMA


CULTURA SOCIEDAD ANÓNIMA

EDUARDO SANGUINETTI
FILÓSOFO RIOPLATENSE


Desde hace décadas, la ficción se fue apropiando de la historia argentina, determinando cambios a repetición e insistencia, que operaron una mutación en la conducta y conformación del ciudadano argentino de este tiempo.

Es bien conocido el “malestar de la legítima inteligencia” ante el estado de las cosas, sobre todo en el escenario en que se debaten las diferentes representaciones de la “realidad”, que pasó a ser una situación carente de importancia; ya que es poco probable reconocerse en la misma como actor, uno se convirtió en espectador del drama esencial de este milenio, que presenta la apertura de un abismo entre quienes piensan que viven y quienes dictan sobre el mundo, o piensan actuar sobre él.

Abismo donde se precipitan, con el éxito que es conocido, todos los funcionarios políticos corporacionistas, asimilados a una “cultura sociedad anónima”, que manipulan sobre la geografía de este país, ante una mansa comunidad que asiste resignadamente a su exterminio.

En mis enunciados, desde hace dos décadas, hago notoria y patente la resistencia a una cultura “mercantilizada”, que deviene en una concatenación de ensayos lastimeros, construidos por militantes deprimidos de la “new age”, que dieron lugar a un fast food teórico, rápidamente consumido y aceptado por un anestesiado pueblo sin horizonte aparente. Enunciados, los míos, que sistemáticamente son censurados y rechazados por los cobardes manipuladores amateurs de la denominada cultura de hoy, mercenarios rentados de las tendencias que operan como tamiz del saber en general, sobre todo sobre las ciencias sociales y humanas, modificando el estatuto de su relación con lo real.

Enunciados que resisten a lo que se comprende de inmediato sin ser digerido, resistiendo igualmente al prurito de las opiniones y destrucción de trayectorias por medio de las redes sociales que operan desde Internet como cuadros de los servicios, con orden de eliminar de inmediato toda crítica, disentimiento o simplemente a quien pretenda poner en juego algunos “valores” perimidos, elevados a categoría de sacros, en el nuevo templo de una religión resbaladiza, donde la verdad es sacrificada en nombre del entendimiento y de la libertad de expresión, ausente.

No hay nada más tedioso que las sucesivas y siempre perentorias “opiniones”, con que nos abruman los artículos periodísticos escritos en los medios conservadores del poder; opiniones rápidamente retomadas en intentos de libros-ensayos, como aquellos que precisamente la prensa gráfica y televisiva no cesa de alabar con la pretensión de que representan el pensamiento de este milenio.

Y he aquí el momento culminante en el que debo advertir “la sumisión de lo evidente” en las masas hipnotizadas ante toda la basura psico-biodegradable, que actúan en las redes sociales y la TV, y que hacen nido en un inconsciente que posiblemente dispare quién sabe para qué sitio, en un instante y por siempre, cocinando un porvenir sin huellas, ahistóricamente, como el poder político lo imaginó y efectivizó.

Muchedumbres consumistas de nociones simples, rápidamente adquiridas en las tiendas de accesorios y que el “pensamiento legítimo” rechaza, atento a los matices y abierto a considerar complicaciones y bucear en las respuestas a tiempo para que el proceso de destrucción se detenga.

La democracia no es una sociedad de consenso. Es una sociedad en la que cada uno tiene el derecho de expresarse desde sí mismo, por sí mismo, y a elegir acorde a sus inclinaciones y capacidades. Cada uno es el realizador de sí mismo y punto.





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