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miércoles, 5 de diciembre de 2012

Y LLEGÓ ARIADNA , por Cecilia Domínguez Luis


Y LLEGÓ ARIADNA

(Presentación Del libro “Sin hilos de Ariadna”
 de Lourdes Hernández)

Cecilia Domínguez Luis




El poeta Arturo Maccanti, en su poema Con la luz que sea suya, afirma: «Una mano que escribe/ construye un laberinto/ para los otros siempre./ Dédalo es el poema…»Y es cierto, como también lo es que todos, escribamos o no, somos Ariadnas y Teseos, en esa dualidad tan nuestra que nos lleva de la seducción al abandono, de la ingenuidad a la astucia, del deseo de poder y como consecuencia,  de ser fuente de castigo, al sentimiento de  culpa.  Ariadnas y Teseos constructores de laberintos donde ocultar al minotauro de nuestros temores, de nuestras frustraciones, de nuestras pasiones y deseos inconfesables. Y está bien que así ocurra, porque es inevitable que existan  dédalos a los que unas veces nos empuja el otro, la vida o el llamado azar, y otras en las que, por nuestra cuenta y riesgo, a manera del mítico héroe, nos atrevemos a iniciar ese viaje a través de sus entresijos que nos llevan al encuentro de nuestro propio minotauro.

Esto lo sabe muy bien Lourdes Hernández y de ello nos habla en el prólogo de Sin hilos de Ariadna, libro que hoy presentamos. Y lo sabe porque ella ha fabricado sus propios laberintos literarios y también, como no podía ser de otra manera, ha entrado en sus múltiples corredores vitales, bien a golpes del destino, bien, consciente de la necesidad de  una empresa tan ardua como apasionante: la del conocimiento del propio yo y sus posibles trampas.
Por eso, Sin hilos de Ariadna es un recorrido no sólo literario sino también existencial, sin que lo uno predomine sobre lo otro. Tal es el difícil equilibrio que Lourdes ha resuelto con unos poemas rotundos, en los que se manifiesta una madurez adquirida a base de trabajo y reflexión sobre el hecho poético.
Y es que Lourdes se enfrenta a sus laberintos con el corazón, pero también con la cabeza, de tal manera que consigue templar sus emociones para seguir adelante y llenar de contenido unos poemas que cuida casi hasta el momento de la entrega a sus lectores.
Se podría decir que Sin hilos de Ariadna es un solo poema, necesariamente fragmentado pues, como todo dédalo, tiene pasadizos, recovecos, lugares que parecen no tener salida. Y estos fragmentos se estructuran en tres partes que se corresponden con los distintos estados de ánimo y las diferentes circunstancias de la poeta, que van desde la desolación por un mundo que la aprisiona, hasta la liberación final.
Ya, desde el primer verso- inicio de esa entrada a los inquietantes corredores- vemos la clara intención de la autora de internarse en ellos, convertida en un Teseo en busca de un minotauro al que vencer; monstruo que no es otro que sus propios miedos, sus deseos no cumplidos, sus desesperanzas. El encuentro, en fin, con ese otro yo que, en ocasiones, le resulta esquivo.
Por eso, inicia su andadura con una petición y escribe:«Dame la lucha/ y que mis ríos/ rompan sus cauces…» y, más adelante, al final del poema, repite: «Dame la lucha/ mientras me convierto en Teseo/ degollando al minotauro.»
¿A quién pide ayuda? Acaso sea a la palabra o, tal vez, a algún dios particular que conozca las hondas raíces de lo humano, o a la existencia misma. Cada cual haga su lectura de este poema con  el que Lourdes emprende su viaje poético y vital.
Es un comienzo no exento de dolor, que se extiende, como dice la propia poeta, “en una herida inconfesable”, donde el recinto en el que aguarda su minotauro se hace múltiple, se llena de espejos, para hacer más intrincada la ruta, ese camino del propio crecimiento,  del que Lourdes entiende no hay posibilidad de regreso, y, precisamente, es ese desafío lo que lo convierte en un reto al que es imposible sustraerse.
 La poeta siente que tiene que seguir adelante a pesar de todas los abandonos e incluso, llega un momento en que, “la mano que escribe”, suelta el hilo, símbolo de unión entre pasado y presente, entre lo permanente y lo efímero. Y, de este modo, se desprende de esa seguridad que  el hilo representa, como si lo que le importara, la verdadera razón de su  entrada en el laberinto, fuera perderse en él, aventurarse, incluso ser vencida y engullida por sus monstruos. 

 ¿Sería éste un dédalo literario, donde se encuentra “esa sed de la sed que no se acaba” como diría el poeta Luis Feria? Sí, realmente lo es, pero también es el lugar de los afectos y las emociones del que, mal que nos pese, no deseamos  salir. Porque a veces sentimos la necesidad de ser devorados por el minotauro, de desangrarnos para que de esa entrega surja un ser más fortalecido que continúe con la incansable búsqueda de si mismo.
Los caminos se cruzan. Teseo ha iniciado el suyo y descubre que el laberinto es muy largo cuando se hace sin hilos liberadores, mientras Ariadna sabe que sin su ovillo no podrá resolverse el enigma de la propia existencia y le invade una certeza: «Se tambalea mi cuerpo/ pero no inclinaré mi cabeza/ante las manos del verdugo./ En el tiempo de la espera/ elijo líneas de azar:/ cierro la puerta/ al reposo del guerrero./No es mío el viaje.»
Es una certeza que le ayudará a romper el mito, a afirmarse en la idea de que ella puede ser la vencedora del minotauro. Por eso continúa a la espera, pero en una espera activa donde busca el origen de su voz, por o a pesar de Teseo.
Y en su búsqueda es inevitable que acudan las evocaciones, como armas o escudos, a favor o en contra; da igual porque, como dice la autora en uno de sus poemas, “esas crisálidas del recuerdo/ quieren convertirse en mariposas”. Un guiño a la libertad que persigue y que no pasa desapercibido a los lectores.
Porque además, Lourdes Hernández, como muchos poetas, escribe desde la memoria, ese territorio en el que la distancia nos hace mirar atrás con las emociones atemperadas, de tal forma que el poema surja limpio, sin que por ello deje de emocionarnos.
Ya, inmersa en sus laberintos, la poeta se convierte en testigo y parte de su aventura, de lo que sucede, de sus victorias y sus derrotas, y se dispone a enfrentarse al minotauro, destino que se acerca con pasos furtivos. Y esta decisión, tomada desde el dolor y la pérdida, la fortalecen de tal manera que sus versos se hacen más cortos, más rotundos si cabe,  liberados ya del desamparo, del vértigo que producen las ausencias.  No importa que sea el otro, los otros o ella misma quienes construyan dédalos con minotauros a los que doblegar, ni que haya Teseos que huyan hacia desiertos que no conducen a oasis alguno. Suya es la voluntad de vencer, de hacer que su realidad sea, ante todo, el aquí y el ahora.
Transformada en Ariadna, consciente de que el amor no siempre responderá a sus expectativas, nuestra autora espera en su propio laberinto, donde es capaz de destruir sus mitos; esas quimeras que la encadenan y de las que logra liberarse gracias a la palabra, a esos versos a los que vuelve una y otra vez para pulir cualquier resquicio que menoscabe su hacer poético. Y así dice: “Encontré el hilo/ y un gesto nuevo/ en Ariadna”.
¿Cuál es ese gesto? ¿Tendrá algo que ver con nuevos laberintos en los que internarse para derrotar minotauros y redes? Esperemos que sea así, porque Lourdes sabe bien que dédalos, minotauros, ariadnas y teseos forman parte de este misterioso, terrible y, a su vez, apasionante laberinto que es la vida

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