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sábado, 2 de junio de 2012

El capitalismo y sus valores, por Eduardo Sanguinetti, Filósofo




Eduardo Sanguinetti, Filósofo 

En ocasión de celebrarse el cierre de la Feria del Libro de Buenos Aires, días atrás, participé en silencio de un show ofrecido por un grupo de seres oscuros, que afirmaban haber participado activamente, en tiempo de dictaduras como “salvadores de la patria en peligro”. Sus intentos de discurso fueron demasiado confusos, cual palabra de pedófilo encubierto en sotana.
Meditando un instante, ante tamaño espectáculo insano, pude entender, incluso comprender al ciudadano que no se interesa en política, con una historia tan degradada y malversada como la nuestra, dibujada por mensajeros de la decadencia y el dogma, con revisionismos oportunistas año a año, llevados a cabo por autodenominados historiadores, empleados del poder, llevan al ciudadano desinteresado en el acontecer político, a ignorar los pliegues del reality representado por gobernantes, que llevaron a este país y al mundo a vivir un estado presocial crónico, en campaña electoral permanente como norma.
La libertad debería ser el principio de todas las acciones humanas, y la justicia para pocos, en Argentina y en el mundo, sintió que era tiempo de ponerle un freno a esa libertad, ya de por sí muy limitada, utilizando a la “Ley como corteza que legitime delitos”, frase que se puede encontrar en mi ensayo el Pedestal Vacío (1994), censurado y sacado de la venta en era menemista.
Pasados unos años todo continúa: no existen variantes, y el destino, a mi entender, no marca tener, sino ser. Un ejemplo único de legitimar en vida el “deber ser”, lo da José Mujica, tan fiel a sí mismo, en su austeridad, sus maneras y modos siempre acompañando en acto lo manifestado; no dejemos de tomarlo como referente ineludible, sobre todo para los ávidos mandatarios del mundo.
Hoy como sabemos la realidad se cocina en los medios, y el pueblo la visualiza sentado en su casa, en el mejor de los casos. Si eso hubiera ocurrido décadas atrás o siglos atrás, jamás se hubiera producido la Revolución Francesa en 1789, y tantos hechos históricos que son mojones para una humanidad que siempre intenta caminar, no sé si acertadamente, pero lo hacía, a pesar de barreras impuestas por la religión y las tradiciones burguesas. Hoy sin duda, se cerraron las puertas a toda posibilidad de modificar el estado de las cosas.




Vida significa aquello que expresa una mutación, un devenir que puede separarse de sí mismo, convertirse en una eliminación, y atraer lo extraño, transformándolo en sí mismo.
Desacreditamos viejos paradigmas por parecernos inútiles y para enfrentar una nueva realidad, cuando en realidad el equívoco es utilizarlos, y la tentación más fácil, fingir una crisis. Pero no hay exactamente crisis de valores: imperan unos nuevos apenas identificados, tanto más peligrosos cuanto más invisibles, cuanto menos se discuten.
Con todo, donde todo parece querer decirnos que algo concluye (un ser, un mundo) yo intuyo que algo comienza. Y donde todo parece querer decirnos que algo comienza, sé que algo continúa.
Hoy no existe publicidad que no exhorte a “salvar el medio ambiente”, es anacrónico y por demás oportunista, pues la lucha ecológica, tan de moda, choca de manera absoluta con las leyes que rigen el sistema capitalista y sus devotos seguidores aferrados a sus activos incorpóreos que degradan el medio ambiente: ley de capitalización creciente a cualquier costo, incluidas vidas humanas, de creación de una plusvalía adecuada, de la ganancia, de la necesidad de perpetuar el trabajo alienado, de la explotación. Entonces desde mi rol de ecologista de la primera hora, denuncio enfáticamente a todos los impunes delincuentes que gobiernan este mundo y a sus esclavos, como la Corte Internacional de La Haya, Naciones Unidas y demás organismos degradados, que la lógica del cuidado del medio ambiente o ecología es la negación pura y simple de la lógica capitalista. “No se puede salvar la Tierra, hoy en peligro, en el marco del capitalismo, ni la democracia amorfa y procedimental que el dicho sistema impuso”.
No es cuestión de embellecer lo abominable, de ocultar la miseria en que se debaten dos tercios de la humanidad, de desodorizar el hedor pestilente de este tiempo, de sumar el número de cárceles, florear los bancos, las fábricas, en un diseño que enfunda lo mismo: “No se trata de purificar la sociedad actual, sino de transformarla”.
Cuando las comunidades de la aldea global, adoctrinada por el sistema capitalista, que intentó y lo logró transformar la condición del hombre y su medio, para “civilizarlo”, no distinguen entre lo bello y lo horrible, entre la calma y el ruido, entre un ser puro y otro contaminado y sucio, entre una idea y una tendencia, entre ser uno y no como todos, ya no conocen la cualidad esencial de la libertad, del camino a la felicidad y el placer, pues creo ese es el norte que queríamos alcanzar, al margen de religiones para temerosos, fanáticos y estúpidos…
Todo lo que dije tiene algo de imposible, de extravagante quizás; pero pienso realmente que a diferencia del pasado abolido, hoy no hay nada que exaltar, mucho que condenar, mucho que acusar, y todo es risible cuando se piensa en la 






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