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miércoles, 9 de mayo de 2012

INCURIA por José Rivero Vivas


INCURIA
José Rivero Vivas

El acto de promoción de un libro suele ser edificante, proporciona estímulo, templa el espíritu y halaga. Con todo, hay a quien no sienta bien su naturaleza, por conciencia de extraño a cuanto de gratificante pueda aportarle su efímero protagonismo.
            Acompañado quizá de este resquemor, que en sí lo oprime y agobia, la enseñanza mundana repite, en eco atroz, el deseo dispar, carente de envidia, en la emoción compartida y el encanto desgajado de la utopía, ciento por ciento en oración perdida tras los meandros de su discurso, por más que, en la aceleración del medio hallado, quiera el creador entrar a dirimir su objetivo, engalanado con adornos fortuitos en el cuadro de los eventos desarrollados. Por ello, es posible que el actor vaya de cabeza al centro de su recalcitrante insistencia, causa por la cual no encuentra respuesta positiva a su denodado esfuerzo, pese a no ser realizado en persecución de un hecho primoroso, digno de aplauso, premio y encomio.
            En la constatación, por tanto, de lo dificultoso que para unos adviene su trayectoria, prima el triunfo apoteósico cosechado por otros, lo cual lo induce a cuestionar cuál será el quid del éxito clamoroso de aquellos, así como el estrepitoso fracaso de quien no obtiene salvoconducto que avale su expedición en estos derroteros, con independencia de quien sea el desventurado y quien el individuo ungido por dedos de la suerte. Su persistencia en este menester nos lleva a recordar aquellas palabras de Cervantes: “Yo que me afano en ser poeta…”
            Obstinarse, pues, en esta tarea, cuando uno no ha recibido el don de la escritura, es actividad improcedente abocada al abismo. Sin embargo, la persona tomada de necesidad expansiva, mediante la cual vierte al exterior su adentro enfebrecido, persevera en este quehacer, aun cuando su resultado continúe bajo signo adverso y numen ignorado. Tanta obcecación, aun mesurada, es susceptible de no alcanzar entendimiento en una población ensoberbecida en su capacidad de juicio y estima.
            Despojado el ser del furor de juventud, su aliento carece de sintonía con la gesta cotidiana y de suma actualidad; de modo que su expresión adolece de formas y conceptos impropios del momento.  De hecho, en temas de vívido presente, su lenguaje nace alejado de la orientación en boga y abunda en formas arcaicas en su misma esencia, aun cuando en su periferia luzca pleno de vocablos y modismos al uso. El espíritu de su letra, empero, fluctúa a distancia remota de los lindes establecidos por la norma imperante en el cómputo de los días del siglo en curso. Aun así, no deja de ser una futesa que, por edad, su testimonio de la época implique descalificación.
Lo cierto es que, después de años en esta labor comprometido, ¿quién detiene la enorme escalada hacia la cima inmarcesible? He aquí el dilema que confunde a quien ha pasado su vida en seguimiento de amena y activa conclusión, dentro de la catalogación del buen decir. No obstante, jamás logra una mirada de atención por parte de esos seres superiores, inmersos en su torre de marfil, cuyo juicio de valor propicia la colocación del afortunado escritor en la plataforma que lo catapulta a nivel plausible dentro del marco de la historia
No sucede la aspiración cual de antemano ha sido concebida y anhelada, con lo que, al cabo, desfallece el autor, acaso cohibido por la fama de quien le precede, al tiempo que se siente consternado ante el éxito que el destino depara a quien arriba después; de esta forma descubre el avance en crescendo hacia esa meta para él negada. Palpitante y atento, sumergido en la luz, cuyo tenue resplandor apenas lo identifica, pronto captará la alharaca montada en torno de selectivo galardón, en espera de superar el flaco augurio de aquel que promueve su elegido contingente con el que trata de inocular limpia energía al agente precoz de eficiencia sin límites.
            Puede que esta circunstancia, evidentemente desfavorable, lo auxilie en su toma de conciencia hasta llegar a persuadirle sugerente deriva hacia la nada consecuente en su futura partida; con ello, la incursión a efectuar, frente al obstáculo infranqueable, realzado por la sordera e insensibilidad de quienes vaticinan la categoría del producto sometido a examen, permanece encauzada en el desinterés general que su obra despierta en un entorno de suyo enajenado.
Esta mengua, respecto de su creatividad, puesta de relieve sobre el tapete de los discretos auspicios, no debe ser considerada amarga queja ni constreñido lamento. Se trata simplemente de ansias de señalar lo erróneo de una sentencia, secreta y autorizada, pronunciada tras el impulso demoledor de un aleve proceso infecundo, introducido en escena merced a la apatía de una sociedad, indolente y pasiva, anclada en su cerrazón, anímica y sensorial, al tiempo de presumir de abierta hacia corrientes extremas, de índole foránea, presuntamente elitistas.
José Rivero Vivas
San Andrés, abril de 2012
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