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jueves, 12 de abril de 2012

rumbos de la poesía canaria actual, enviado por Roberto Cabrera

ALEGORÍA DEL TIEMPO Y EL ENERO (rumbos de la poesía canaria actual)
El Enero


Olga Luis Rivero
             “De la poesía se ha dicho que es como una espiral interna del sentido que busca aparecer ya sea en transferencias, hallazgos, el azar o la experiencia. Energía incontenible del lenguaje que se proyecta en símbolos de doble cara, que excava en la individualidad su estrategia poética, de claridad o hermetismo.
            No podría hablar de grandes cambios en lo que aún no he logrado en la poesía. No sé si habrá etapas propiamente dichas. Es tu vida la que parece conformar tu forma de escribir. Aunque siempre persigo lo mismo y no sepa explicar qué es. Sí reconozco algunos símbolos, algunos mitos que siempre aparecen, difíciles de descifrar para mí misma y que son cada vez más mi propio lenguaje. En mi poesía estaría tratando de hacer lo mismo que en un solo musical. Cuando escribes y tocas realmente pienso que no estás en este mundo. Es un viaje aunque tengas los pies en el suelo. A veces escuchar una palabra te obliga a escribir. Me gusta oír arias, pocos instrumentos y en el jazz prefiero a Coltrane antes que a Duke, en el sentido de mis preferencias por orquestaciones de pocos elementos.  A veces hay chirridos de violines, que molestan, prefiero uno solo.
            La edad te hace viajar en el tiempo... Pero el pasado para mí es más rico que el presente y el porvenir. Consideraba que en Las Lunas del Jaguar estaba mi cara más personal e íntima y que esta circunstancia iba en contra del libro. Sin embargo me ha felicitado mucha más gente de la esperada. El público ha reaccionado de otra forma frente a un libro de más de veinte años, interpretando que estaba escrito hoy mismo”. 


 EN LA OLA DE ZARZAS GEMAS
Alegoría del tiempo
por Agustín Díaz Pacheco

Tal vez existe un territorio del todo inasible para los espíritus que admiten la existencia con resignación, un solar donde se extingue tanto la esperanza como el dolor, una geografía donde la imaginación está prohibida o no es invitada a participar. De existir dicho lugar, sería del todo imposible albergar en él la inquietud, la zozobra  y hasta la existencia agónica, porque existiría el individuo y la muchedumbre zombi de la llamada ultramodernidad o la paz de los cementerios, pero sin lápidas grafiadas por la mano humana. De ahí coraje y la voluntad de ser.
Un territorio de tales características no sería refugio idóneo de poetas y demás escritores. Ausente el ánimo contestatario, la más legítima disidencia, la paradoja verosimilitud de los sueños despiertos, el mapa que contiene proyectos imposibles pero que abre brechas entre la realidad, y la asignatura heredada de la utopía, sólo acariciada por la mirada. Una geografía así equivaldría al encuentro y reencuentro de una tribu que se alimenta de incertidumbres y otras proezas, la misma que no soslaya el riesgo de vivir. Y en tal lugar tendría su residencia Olga Luis Rivero. Una residencia difícil y contradictoria, como lo es también la vida. Y para llegar antes de que anochezca, aprovechando el frío de la noche que ahuyenta los rayos del sol, mejor itinerar para anticipar el alba, la prontitud del amanecer, el descanso en la claridad, para luego emprender viaje.
Han pasado los años, y aún recuerdo a Olga Luis Rivero sentada a mi izquierda, a las doce de la mañana del sábado 24 de Abril de 1976. Permanecíamos en la noche donde con avidez se busca el horizonte. Estábamos en el ecuador de una misérrima libertad, la misma que ahora se acepta con perpleja resignación en un país despojado de ímpetu y rebeldía. Aquella mañana de abril, podíamos divisar entre el público al inolvidable Agustín Millares Sall, arquitecto de calles libres y entusiásticas, también a Fernando García - Ramos, con su retorno de aguas aquietadas y luego vueltas esperanza, quienes nos acompañaron, y luego compartimos voz y talante hasta bien entrada la noche, formando un trío jubiloso en el Colegio Mayor San Fernando. Fue con ocasión del recital de los jóvenes poetas en el Primer Congreso de Poesía Canaria, donde se situaba el primer reto literario. Allí estaban Olga Luis Rivero, Ángel Mollá Román, Dulce Díaz Marrero, que ha viajado a la irrecuperable distancia del silencio que también emite su propio y concluso idioma, Alfonso Delgado, Belén Castro Morales, Esmeralda Borges Pérez, Enrique Lite (hijo), Maite García Llorca, y yo. Y podemos decir con la frente bien alta, no hemos despertado; a pesar de vaivenes y desgarros, a pesar de quejas y enfados, estamos aquí y no vamos a desangrarnos en benevolencias ante tantas sórdidas miserias existenciales dictadas por los nuevos tiranos. El mes de abril era el comienzo de una larga travesía, y aquella fecha fronteriza por inaugural no era otra que la decisión.


las lunas del jaguar.

Recupero con justeza parte del poema de Olga Luis Rivero: Abril a medio desnudarse/pone su hombro en el mito. /Alguien le teje un suéter verde. Era la suya una poesía de avanzadilla, ante la atmósfera resentida y plañidera del franquismo liberticida que aún se perpetúa, disfrazado entre tantas componendas, en el variopinto zoo del más descarado camaleonismo. Una poesía que reclama al futuro la cosecha que entre todos fuimos plantando en la intemperie del sueño y el coraje. Pero Abril se quedó perplejo, vestido de barro y encadenado por prometedoras palabras, y el mito no dio lugar para que reposara la cabeza, como la ausencia tampoco le tejió ningún suéter verde a la esperanza. Así, frente a la proclama política y al reto histórico, la vida nos llegó sin preguntarnos la hora en que solíamos despertarnos para marchar por otros lugares y roturas certezas, no dudó el reloj en su brusquedad, y aparece históricamente en forma de réplica que no es más que caricatura y mediocridad. Lo que fue sueño y promesa se convirtió en territorio aciago y aneblado. A toda una generación se nos vino abajo el mundo, como un quejido, con estrépito interior; y donde estaba el sueño surgió la pesadilla, y donde estaba la luz brotó la oscuridad. Sabemos que desde julio de 1936 la primavera se ha exiliado de España. Merecíamos otro porvenir, porque al igual que muchos jóvenes creadores resistieron el naufragio, otros jóvenes también creadores fallecieron en accidentes, se abrigaron en el silencio, los hay que aún hoy continúan en siniestro paro laboral, otros optaron por escoger otros destinos vocacionales o forzados, y hasta se suicidaron. En cierto modo, son los héroes anónimos o públicos de una batalla desigual. La vida, ingrata contable, muchas veces nos ha dado la espalda.
El grupo de jóvenes airados se transformó en minúsculo reducto de personas entregadas a la enseñanza, el ensayo, poesía, música, y el cuento y la novela. Y tras la frontera inaugural de la decisión, el escepticismo; una de las pruebas más difíciles de llevar, quién sabe si necesario para asumirlo y vencerlo, de conocerlo, para adentrarnos en su expresiva venganza que corroe lenta pero implacablemente.
Pero la voluntad y el coraje son armas poderosas, y en el año 1987 Olga Luis Rivero reinició su camino. Luego, años más tarde, en 1989, con la discutida llegada, pero inició al fin y al cabo para los agoreros de turno, de "Nuevas escrituras canarias", nuestra poeta nos entregó la ola de zarzas gemas, un singular poemario que nos indicó a madurez de su autora. Ahora, tras una larga estancia en el aparente silencio de la escritura, se nos aproxima la "Lunas del Jaguar, vivencia existencial a la vez que vivencia literaria, la misma que configura su austera poesía sin concesiones ni artificios. Veintinueve poemas, casi todos desposeídos del yo enunciativo, en forma de aparente clave anónima, de juego de espejos donde el yo que parece diluirse se destituye en los demás. Una poesía sin sobresaltos ni honduras pretextuales, ajena experimentalismos, poesía sencilla, tallada en la fragua del alma, directa y compleja a la vez, irreverente y abundante en ironía, que rescata objetos y los eleva a la categoría de atajos y caminos cómplices o de resuelto protagonista que navegan entre el surrealismo y los signos antropomórficos y se internan en el bosque plantado y soñado por Olga Luis Rivero, donde podría existir alguna reivindicación feminista, pero no de carácter extremo, tal como le dijeron Víctor Ramírez y la recientemente fallecida, Pino Ojeda. En su carácter coloquial la aparente sencillez, Olga Luis Rivero alcanza la dimensión esencial del poeta: hacer pensar. Hacer pensar en un tiempo en donde huir tiene tanto ventajas como coartadas, no es tarea grata. Porque es el papel desde que el hacedor de poemas coloca sus abacos, multiplica y resta los naufragios del ser humano, divide y suma el apetito del animal nocturno, que es encerrado en la jaula sin barrotes del papel. Poemas que no están frente a un espejo cóncavo o convexo, sino que se sitúan en el mismo espejo, según su creadora, y donde el mismo titulo no es una línea a parte sino que comienzo prologal para hacerse poema, se ensambla en él, y es comienzo y puerta iniciática.
Ante el prólogo del libro, que se mueve en la abstracción y el academicismo, que dista en estudiar la propia esencialidad de la poesía de Olga Luis Rivero, que peca de intelectualizar y volver del revés, lo que para muchos resulta evidente o se presta a la especulación como juego eliminatorio, discurre la firme serenidad de la poeta que no se prodiga en escribir por escribir. Da la sensación de que "Las Lunas del Jaguar", fue concebida en horas de soledad, de aislamiento, tejida por el entusiasmo que ya avizoraba el pesimismo de las hojas volanderas y agrestes del futuro. El almanaque que más que camino a  iniciar se asemeja a abismo, a tretas urdidas por los senderos trucados de la vida, a engaños solapados tras una sonrisa, a abrazos donde una de las manos empuña una daga o acaricia aviesas intenciones.
El mismo titulo, Las Lunas del Jaguar, escapa a cualquier definición convencional, y dice mucho de la originalidad de nuestra poeta. Es un texto alegórico que discurre sobre la fugacidad del tiempo; es libro fácil de ahí que inhibiéndose de entreguismo vulgar de siete poesías imaginadas para contentar y ofrecerle terreno cierto al disfrute, sea instaurada desde un reto personal que es a la vez esfuerzo de síntesis y símbolo aclaratorio, pero que no dista de la complejidad que está próxima a la sencillez. No existe ejercicio tan difícil como el otorgado pro la sencillez. En literatura, la sencillez recupera las hechuras ya previas en nítidas huella encontradas en la poesía oriental, también en la aporía occidental. Es aquí donde Olga Luis Rivero, sitúa una línea precisa y es  que existe en ella cierta espiritualidad, determinado ensimismamiento, apostando más por la insinuación que por la metáfora, y ofreciendo misterio antes que explicación, una espiritualidad que dista del burócrata espiritual de turno para situarse en el dilema del "Atrévete a ver si aciertas". No es ni más ni menos que la porfía vital, el juego arriesgado de las pistas falsas, el ámbito personal con la propia complicidad, el remedo arbitrario con las sombras que amanecen en el papel, el descanso del libros en los anaqueles esperando la mano decidida o temblorosa que los coja para luego subrayarlos, la geografía adversa y en la mano una brújula ciega.
La poesía de Olga Luis Rivero no participa del verso medido, y al igual que Walt Wihtman atrevió sus verdades y en conos, los poetas no tienen porqué someterse a reglas que pueden reducir su lenguaje a lógica de papel pautado, a orden sintáctico, a estética normada, pero muchas veces he tenido y hasta le he criticado cara a cara cómo debe hacerse, y continúo recriminándole en lo que estimo noble propósito, el volutario silenciode Olga Luis Rivero; he llegado a creer que se ha instalado en el país de Bartleby, aceptando la divisa del prefiero no hacerlo, y puede que algo de lo que digo pueda ser cierto, porque al igual que otras personas confío en su poesía (igual que he depositado mi confianza en otros jóvenes de distinta edad), que no es excepcional, pero que apunta elegido buen norte. La misma en la que creía el poeta lúcido que era Luis Feria, quien públicamente y, citando otros nombres de una nómina bien exigüa, reducida casi al dos por dos,  pronunció dos años antes de morir, el nombre de Olga Luis Rivero.
Ahora, tras caminar por la noche la poeta se nos sienta en el alba misteriosa de esta noche, alejada de zombis silencio de mármol, pertechada del coraje que tiene y le deseamos en demasía. Y que sus lunas no queden obnubiladas por el eclipse, sino que despierten en el verano metafórico que nos entregará dentro de poco. Otros libros más, sin urgencia, ni pretextos alevosos. Y será entonces cuando el horizonte que dibujamos un día puede ser tocado en el pentagrama silencioso de la escritura y caminar por los senderos del sueño deseado.

*Las lunas del Jaguar, Olga Luis Rivero, Colección Zafir, El Vigía Editora,



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