Páginas

viernes, 9 de marzo de 2012

COMENTARIO SOBRE EL LIBRO "EL MAR DE NADIE" de Domingo Acosta Felipe


 "EL MAR DE NADIE" de Domingo Acosta Felipe
CONVERSACIÓN CON LA VIDA EN LAS PROFUNDIDADES DEL MAR DE NADIE

El hombre que ha escuchado en su interior el grito desgarrado del dolor es capaz, si tiene la suficiente entereza, de asomarse por la herida y afinar el oído para dejar entrar, en la grieta, que con uñas negras escarbó el sufrimiento, nada más y nada menos que la vida.
El Mar de nadie tiene dos playas opuestas, pero no imposibles; al fin y al cabo está aferrado a una isla en la que nadie tiene el derecho de decir cuál es una y cuál es la otra.  Tal vez, y esto es lo más seguro, esas dos playas son la misma.  O, tal vez, a veces se reúnen gracias al abrazo de las aguas que, insistentes, se rehúsan a la separación.  Porque sólo en la unión está la vida.  En el reconocimiento del otro que, aunque opuesto, otorga el hálito que mece el huidizo corazón del agua para que las olas se arrimen a la orilla en busca de la sólida fortaleza de la tierra.  Pueda ser que en el encuentro esté la respuesta que el poeta, sentado en la playa, y a la vez sumergido en cuerpo y alma en el paisaje, busca.  Tal vez… y este tal vez no es una maldición ni un mal presagio.  Todo lo contrario.  En la incertidumbre habita el numen de la vida.  Quien tenga la verdad del universo que arroje la primera certeza… y luego se quede quieto como la muerte.
Este Mar de nadie es una necia conversación con la vida desde el centro de la herida, pero con la fuerza vital necesaria para crear caminos y montar caballos de otro marsobre las olas de piedra.  Es una persistente propuesta lo posible, de lo que aún queda por hacer a pesar de los náufragos del tiempo, las parásitas gargantas y las noticias de la sombra.  Este mar de nadie es, también, paradójico porque en la afirmación de ese no ser de nadie entraña una colectiva posibilidad tangible a cada poema: la de ser de todos.  Todo es y puede contemplarse si no pretendes poseerlo, afirma el poeta, que conoce el peligro de mirarse demasiado en los espejos y que sabe que A la belleza la asedian indómitas tristezas.  Conoce las dos caras de la moneda y por ello elige montar la góndola azul de la utopía.  Una utopía que no es individual sino colectiva; de dos al menos.  Una utopía que surge de la comprensión del otro y su dolor; de la empatía:
Y tú te vas,
y yo me voy
con este horror
arrinconado
en el silencio…
La sensibilidad del poeta es extrema. Lo suficientemente fina para establecer una conversación y comunión con su entorno. Con ese paisaje isleño que ama y que le proporciona, en la sencilla cotidianidad, la riqueza necesaria para reconstruirse día con día a través del diálogo hacia fuera que, finalmente, se convierte en un diálogo interno que crece e inunda al mundo con el perfume de esta poesía esencial y vigorosa que se deslíe a cada metáfora para penetrar los poros del lector.  Porque se trata, también, de una poesía no sólo establecida en el mundo de la abstracción.  La poesía de Domingo es una poesía de los sentidos y, por ello, también aferrada a la vida.  Es decir, no sólo la palabra se ancla, de manera explícita, en las fértiles posibilidades del vivir cotidiano: La tarde fluye fresca, pianista de las hojas… A través de los sentidos, el poeta, se aferra, como el mar a la isla, a la realidad: el día no termina si cantan las luciérnagas.  En este verso, el poeta casa el sentido de la vista con el del oído para reforzar el sentido semántico de la vida que emana de la luz del día y las luciérnagas; para gritar en un verso que ama la vida y se aferra a ella no sólo con la palabra sino con todo su terreno cuerpo.
Pero no nos engañemos, en la corporeidad de la percepción poética subyace lo intangible.  Que no por intangible es menos verdadero toda vez que ahí se encuentra el centro de la intención. Tan verdadero y existente como la memoria, como el recuerdo, como el pensamiento y el sentir que conforman y posibilitan la integridad de la voz poética.  Paul Ricoeur dice que el olvido es la prueba más tangible de la memoria. ¿Cómo podría existir la memoria si no es gracias a la existencia del olvido?  ¿Cómo podría existir la vida sin la muerte?  El poeta lo sabe, por eso afirma: Lo que canta la orilla sobre el mar es un recuerdo.  El recuerdo de la vida cantado por la vida misma como él lo hace en este Mar de nadie yendo del malecón a la memoria.
Honestidad y sencillez que no diluye la belleza del recurso retórico, vitales oximorones, propuestas esenciales, síntesis, profundidad y hermosas imágenes es lo que podemos encontrar en las aguas de este mar que busca el camino de la armonía sin dependencias ni falsas esperanzas: no naufragues en mis dedos / busca una orilla con tus velas. Algunos arrecifes de este mar me recuerdan -por su sencillez, esencialidad y capacidad de unir los elementos del paisaje con profundas reflexiones filosóficas derivadas del vivir cotidiano en un estado de absorta y atenta contemplación- algunas de las características del haikú.  Por supuesto no estoy estableciendo una equivalencia sino solamente señalando los elementos por los cuales la lectura de estos poemas me recuerda la esencialidad y esa capacidad de detención temporal de los haikús japoneses: Voy a bajarme del tiempo porque siempre corre demasiado nos dice el poeta con la ingenuidad de un niño atento capaz de escuchar como 


el dorso de la voz en la memoria es como un pétalo que cae o, envolviéndole los sueños, el rumor dulcísimo del sol.

Poemas breves, pero semánticamente pesados que rescatan la cotidianidad de lo esencialmente importante; que ofrecen al lector el alimento perenne ofrecido por la naturaleza; las cosas que se quedan a pesar del viento; las cosas dormidas, pero vivas, como el recuerdo montado en el lomo del tiempo.  Tal vez no exista o sueñe / pero me parece que estoy vivo señala el poeta y uno se pregunta junto con él: ¿Es la isla un recuerdo? ¿Es el poeta un recuerdo?  Eso no importa porque en la duda habita la posibilidad de la respuesta que se esconde, traviesa, en los ojos de un murciélago orejudo o en el rocío que espejean las hojas de los árboles en el bosque:
Tal vez en el rocío
hay lágrimas de sueños
y en una duda
todas las estrellas.

Domingo tiene la facultad de poder reunir lo inmenso y lo pequeño en unas cuantas líneas tal como le es propio a la poesía.  Lo inmenso puede caber en lo diminuto gracias a la magia de su palabra.  La infinitud de un sueño puede caber en una gota de rocío y la incertidumbre de una duda en el pequeño, pero poderoso, brillo de una estrella que ilumina el camino de la vida.  El camino del Sí; afirmación con que el poeta saca la cabeza de las profundidades de este mar y nos saluda con esa sonrisa de paz que le permite afirmar: La piel está debajo de la imagen / la vida / más adentro… Hay otro mar de nadie / y en el estamos todos.
Difícil aprehender toda la riqueza de este mar en tan sólo un prólogo.  Difícil decidir qué camino tomar para adentrarse en sus abismos.  En cada poema hay una puerta que invita a sumergirse en las profundidades de la poesía casi dormida de Domingo. Poesía casi al borde del sol, casi al borde de las sombras…  Casi en ambas y por ello en los dos sitios; y por ello, siendo en la incompletitud que se arriesga a la vida y que puede, quizá por ello, tocarla: Necesito que se rompa el sueño vivo / que despierte el día en el asombro.  Despertó Domingo, el día despertó con tus versos de nadie que construyen sueños azules y sueños vivos que nos incluyen a todos si abrimos los ojos, los oídos, el tacto, el olfato y la boca para percibir, como tú, este mar.  Porque el sueño de la vida es este y, por supuesto, que puede iniciar con una góndola azul que se arriesga a los turbulentos, pero vivificantes brazos, del Mar de nadie. Gracias por permitir que me sumergiera en tus aguas.

Angélica Santa Olaya México, D. F. enero 2010.

poemas:


                       A Luis León Barreto

Si subo a las montañas
no es para quedarme,
después de cada cima
solo hay aire
y todo lo que quiero
queda abajo.
Si corro solo escucho
el eco de mis pasos.


* * *


                       A Roberto Cabrera

No creas mas noticias
de la sombra,
labios del vértigo incauto,
parásitas gargantas;
sigue la góndola azul,

la noche desfallece...

Hay otro mar de nadie
de islas diferentes.


* * *


El horror es un hijo del verdugo
y el grito de la víctima;
dolor que no derrumba su mordaza
ni el cepo de los siglos.

Oh corazón de olas y de arena
¿de qué pueblo es esta sangre?
¿con qué estrella sanaremos?


* * *

             A Gato Gótico

El sol tiene un rumor dulcísimo
o el jazz que fluye entre las nubes,
la piel clamor de brezo y de sabina
y el bosque que se ondula.

Todo es silencio
para el que solo tiene ojos,
idiomas de sí mismo,
conversaciones con su ombligo.

El sol tiene un rumor dulcísimo
y el bosque que se ondula,
la piel clamor de brezo y de sabina
o el jazz que fluye entre las nubes.

El sol es otra voz,
y el mar la piel
en danza de los pinos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario