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martes, 20 de diciembre de 2011

SOBRE LA NARRATIVA DE ANTONIO BERMEJO, SEGUNDA PARTE


LA TENTACIÓN INCOLORA
Roberto Cabrera

Para homenajear a nuestro escritor, hemos seleccionado una serie de diálogos y otras expresiones que semejan epitafios y que remarcan la vinculación ironista de su obra narrativa.
En el relato María del Mar, cuya trama transcurre en torno a la enfermedad incurable de una enamorada compañera de clase del personaje Joaquín, se cita que en el momento de la despedida de aquel amor no correspondido
“Su marcha fue como su aparición, silenciosa, ni su pisar sonaba (...) Llegamos a una plaza en cuyo centro verdea un estanque. Joaquín me preguntó: ¿Está tísica? Sí, y los médicos no dan esperanzas de salvación. Entonces tomó el regalo de ella y con un gesto de repugnancia lo dejó caer en el seno de aquellas aguas verdosas.”
En el relato En la Música de una voz, Bermejo resalta con uno de sus personajes que “ humanamente hablando el hacer nuevo un dolor, aunque la sensibilidad se descomponga en el recuerdo, siempre tiene un algo de agradable.” Entonces encontró a aquella figura informe que poseía sin embargo la más dulce y armónica de las voces “el sonido ideal, áurico que nos envía el tintineo de las estrellas en las noches plácidas (...) y hacia allí me dirigí porque comprendí que en aquel lugar se encontraba el dilema. Encontré un ser extraño que hacía calceta. Era tan pequeñita que los pies no llegaban al césped; gibosa y con unos brazos tan desproporcionados que parecían tentáculos de un monstruo marino.”
En Jeromillo es nuevamente la ironía que rodea a la existencia quien se impone, y es el bobo del pueblo quien resulta el más exultante sabio: “ Un amanecer , cuando el cura se disponía a abrir las puertas notó la presencia de un bulto en el altar de San Juanito...Jeromillo estaba encogido, la cabeza entre los pies y las manos abandonadas. Cuando el cura, creyendo que estaba dormido le tocó la cabeza, el cuerpo se inclinó y cayó sobre el pavimento. Jeromillo estaba muerto y en su boca se dibujaba una ligera sonrisa que daba expresión angelical a sus facciones rugosas. Jeromillo vivió y murió sonriendo y haciendo sonreír.”
En el relato A la sombra del secreto, se ocupa nuestro autor de las bizantinas discusiones del “mundillo intelectual”. Y dice: “¿Se ha preguntado alguna vez cuál es el fundamento del canto del gallo?.
 -  Contestó algo sobre la biología, pero el no lo comprendió porque el barullo había entrado en su fase máxima. Se habla del sentimiento cósmico, de la angustia cósmica. Uno de ellos ponía sus ojos en blanco al descubrir su sensación de vacío, su compenetración con la naturaleza silente, en un paisaje solitario. Montañas y cielo; estrellas y cantos de grillos, que marcaban el ritmo de su transformación. Todos le dejaron decir, porque aquel hombre sabía imponerse con sus ademanes contundentes de actor impresionista. (...) resultó que todos poseen sentimientos cósmicos; todos habían sentido deleites extraños, y no se entendía por qué lo calificaban de “angustia cósmica” ya que en su exposición parecía lo contrario (...) y otro se había sentido hombre-piedra, y otro hombre-árbol...cuando uno preguntó al joven, si él había padecido algo semejante , todos le miraron con lástima, porque el muchacho dijo que no.
-      ¡Claro! ...dijo el hombre piedra-. Para llegar a estos instantes, es necesario vivir años de ansiedad lírica
-         Pero...¿es una sensación física? Preguntó.
-         No, ni psíquica...Es...-Y no supo decir lo que era; ni tampoco los demás, porque en su explicación se formó un batiburrillo de vaguedades.
-         ¡Qué tontería- dijo. Y dio una nueva chupada, pero el puro no respondió porque se había apagado (...)
He aquí, se dijo, un hombre gordo que sabe comportarse como tal (...) Nada de exuberancias, ni de expansiones ruidosas; todo es reposado en sus movimientos y en sus pensamientos. La obra literaria de los hombres gruesos es muy diferente de la de los hombres enjutos.
En La bruma del recuerdo, es otro nivel ironista el que se impone. Se trata de una decisión femenina ante una relación. Dice:
-  “Me quiero casar con Jaime Castro”.
“El padre la miró largo rato, con esa mirada diluida que pone la enfermedad mortal en los ojos humanos, miradas que sirven para dirigirse al cielo pero que ya nada entienden de las cosas de la tierra; suspiró y en aquel suspiro iba su consentimiento”. El personaje le sugería a su flamante esposa ¡Marchemos Jimena! Sería la reina del gran mundo y él dominaría, porque tenía prestancia y facultades para lograrlo... Ella presentía lo que era el gran mundo; mujeres irresponsables que atraían como imanes. Lo quería para ella sola; no podía repartirlo con otras y éste sería el precio exigido a cambio de aquel reinado.
Pero un día desapareció. Se llevó consigo las joyas familiares y el dinero (...) en una carta escueta pedía, cínico, perdón por sus maldades...
En un amanecer invernal dio vida a un niño, a quien puso por nombre Joaquín.
Pero donde encontramos la verdadera paradoja que venimos anunciando es en su texto La última mueca, el narrador, un portero de noche de una modesta pensión, presenta los acontecimientos que tuvieron lugar en aquellos espacios, cuando ocurrió la muerte de un gran maestro de escritores. Don Domingo murió tratando de apresar unos pensamientos y buscando desesperadamente tinta y papel donde anotarlos.:
 “Aquella visión avanzaba gritando: “¡tinta!…¡Que se me va!…¡Tinta!”. Se apoyó en el barandaje que rodea el vestíbulo por su parte superior y aquella visión de fiebre meneaba desesperadamente el débil armazón de madera (…) con las manos se apretaba los parietales  como si intentase impedir que lo que le brincaba en su cavidad craneana se diluyese en su misma fiebre (…) No sé lo que después pasó porque yo subía veloz la escalera. Sólo oí un desgarrar de madera y un golpe seco abajo, en el piso de cemento. Cuando llegué arriba, el cuerpo de don Domingo estaba inmóvil en el fondo del hall.
(…)Ante su tumba se leyeron infinidad de composiciones poéticas. Los hombres que las leían eran hombres gordos y de voces redondas. Tengo la completa seguridad, Señor, de que don Domingo se estaba sonriendo en su cielo. Era la última mueca del hombre que Dios le permitió.”


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