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lunes, 24 de octubre de 2011

HOMENAJE AL POETA ORLANDO COVA

VÓRTICE

Al fin descansa Orlando Cova Adrián, poeta y escritor. Nadie volverá a ver aquel muchacho, un tanto triste y nostálgico, ilusionado con sus letras, como tampoco distinguirá el paso de la figura fantasmal en que se hubo transformado últimamente. Ninguno podrá ahora quejarse de su insistencia en abordar el tema que devoraba su entraña, porque un día acabó su estancia en la tierra, y austero prevalece su recuerdo.

Traté de comenzar este escrito con aquella carta que Orlando dirige a su amigo Nino, en un destino no especificado, inserta en su libro NADIE CONTÓ LOS DÍAS EXACTOS... Otro tanto hubiese significado en el inicio del texto cualquier poema suyo, que vendría ciertamente a propósito en este envío desusado. He preferido, sin embargo, conservar el homenaje para distinto espacio, y leer su obra en soledad, envuelto por el silencio de su voz, callada ya para siempre.

Aparte el descontento circunstancial que indispone a casi todos contra lo tumultuoso de la existencia, Orlando padecía además el agravio que aporta la vida a las personas enfermas del alma, afección afín a los poetas, y él, sin duda, era un poeta de verdad.

Su profundo desasosiego lo llevó a adoptar una actitud, tal vez nociva para su integridad, cual si tratara de convertirse en uno de aquellos personajes desplazados ―a quienes erige estatua en sus poemas―, olvidando quizá su condición de espíritu diferenciado, cualidad imposible de obviar, pese a la posible indiferencia que inconscientes mostraran sus semejantes, así como a los duros reveses propiciados por la enconada adversidad.

En alguna ocasión, con extrema sutileza, me sugirió verter mi parecer al respecto. Mantuve mi mutismo, sin pecar de descortés, eludiendo dar respuesta, temeroso de que cualquier comentario hubiese podido herir su sensibilidad.

Un día, espontáneamente, apareció por casa y me dejó en el ordenador una foto de su difunto hermano Antonio, hombre amable y comprensivo, con cierto fondo lánguido en su mirada, reflejo del hondo sentimiento recóndito en su ser. Hablaba Orlando con entusiasmo de sus hermanos y hermanas, mostrando gran cariño por su madre y enorme inquietud por su hija, a la que encarecido idealizaba, como antes lo hizo con su mujer, cuya consideración guardó en su arcano. Fue afable con sus familiares y amigos, con la gente toda y, en general, con el pueblo de San Andrés, por el que sentía auténtica devoción.

Pero, la vida agrede y tortura; al final, cansa. Hay quien soporta su agudo latido en silencio y quien lo pregona a voces; ello origina el impulso creativo que impele al artista a buscar desahogo en su producción, necesario remedio que lo alivia del cotidiano flagelo del decurso inexorable. Es sentir que se advierte asimismo al margen del arte, en cualquiera faceta emprendida en diaria labor por el ser humano. De aquí el desdén que muchos muestran hacia su oferta, provocando con anticipación el arribo final.

Nuestras charlas no fueron nunca extensas, aunque sí intensas. De modo que, cualquier reflexión acerca de su personal vivencia, queda fuera de lugar, dada la magnitud del reciente y luctuoso evento.

Se fue Orlando Cova Adrián, y, a pesar de la inaudita tristeza que nos infunde su marcha definitiva, nos deja el grato consuelo de estar en compañía de su alma, noble y bella, delicada y sana, vertida con ternura y sinceridad en sus escritos, que han quedado impresos para la posteridad.

Que allá, en el otro lado del jardín, continúe cosechando nenúfares eternamente.

José Rivero Vivas

San Andrés, octubre de 2011

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1 comentario:

  1. Gracias, José, por estas palabras, no solo bellas, sino que igualmente siento sinceras, porque reflejan tan bien la persona y personalidad de Orlando, al menos, el que yo conocí. Y, gracias también a Anghel, por publicarlas.
    Maribel García Expósito.

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