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miércoles, 13 de julio de 2011

LA YERBA DE LOS CANTANTES

Por Ezequiel Perez Plasencia

La danza prospera entre las espinas de la noche. Cada uno tiene las cartas boca arriba y en los ojos espejean los movimientos de las llamas, los brazaletes y las joyas en las finas mecas de estiradas sedas de amor. Lo anterior es un pasaje sobre el té del diablo, droga clásica que si la tomas te quedas colgado casi con seguridad, como el Chamama, nos advierte Roberto Garça, personaje de La yerba negra, última entrega del escritor Roberto Cabrera (Santa Cruz de Tenerife, 1954) que será presentada a las ocho de la noche en el Ateneo de La Laguna bajo el sello de la editorial Benchomo. Primero fue el cuento y después la novela: "El relato nació con formato breve en la revista Taramela para explicar un viaje ritual de iniciación y malditismo en algunos jóvenes en los años setenta".

Era algo así como un adiós a Heidegger y a la ciudad, un trayecto de ida y vuelta para los más afortunados, en busca de márgenes y los primeros canutos, cuando los músicos eran tipos comprometidos y los letristas eran poetas, como las cadencias del jazz se entremezclaban con el realismo mágico y el desmoronamiento de algunos mitos o represiones. Y así, el cuento se quedó corto y precisó del universo de la novela para narrar s exhaustivamente los efectos de la yerba de los cantantes y las vivencias generacionales del poeta del asfalto. Parece que fue ayer cuando este músico, escritor y profesor de instituto grabó Puñetazo al silencio, con poemas


de Pedro García Cabrera, José Luis Gallardo, Pedro Lezcano y composiciones propias. Cuando entonces, la poesía era simultáneamente romántica y social.

Roberto Cabrera es un escritor de la estirpe de Cadwell y Juan Rulfo. "Escribo por necesidad. Y cuando tengo algo que decir que no puedo expresar con la música". Comen muy pronto, de pibe, en las Escuelas Pías, con los curas, relatando la vida de algunos santos. Allí ga un premio de redacción con una historia titulada El iceberg habitado. Ya en la adolescencia percibe que "la literatura que nos enseñaban los curas no era la propicia para desarrollar nuestras inquietudes creadoras, con esos giros lingüísticos españolizantes y encorsertados. También descubrimos la literatura hispanoamericana y nos percatamos de la originalidad de los escritores canarios que no eran lo suficientemente conocidos". Este tipo es un activista cultural incansable. Hace quince años fundó el grupo musical Gato Gótico y participó en la creación de revistas como Menstrua Alba y Teresa en el balneario. Le debemos un trabajo entrañable, la edición de Historia de café pobre, compilación del escritor fetasiano Antonio Bermejo. Como narrador, ha publicado Ídolos de bruma, Suicidio en Desolation Road, Amor Mora Roma, Viaje a Hero y La nube especular. Ha padecido las vicisitudes editoriales del principiante, las incomprensiones y reticencias oficiales hacia los proyectos innovadores, el canibalismo sectario que salpica la vida cultural del Archipiélago. Ahora habla desde la madurez y la tolerancia."Negar o rechazar por sistema todo lo que hace el vecino es una actitud que va


en detrimento de todos. Por fin ahora se valora la obra de gente importante como Isaac de Vega, Rafael Arozarena, José Antonio Padn o Francisco Pimentel. Debemos cuidar nuestro legado más inmediato. Ahora mismo, la poesía que se hace tiene un excelente nivel, y la narrativa va a más. De alguna manera se debe mimar a los que empiezan". En ese sentido, la queja se torna inevitable: los medios de comunicación deben dar s cobertura a los creadores, la crítica no debe ejercerse desde la autosuficiencia y el engreimiento. Las críticas despiadadas son nefastas. "Un pueblo sin un alto nivel de creación no puede crecer económicamente como algunos han anunciado en la propaganda electoral. Un pueblo sin escritores no puede ir muy lejos".

Y lejos se nos fue Roberto Garça de la mano del niño Ben Huari en La yerba negra, con su hablar urbano y rural, con sus derrotas y compromisos, tras el mundo mítico de nuestros antepasados, tras la bodega y la posada, el trasiego del vino, las aceitunas y los arangotangos, los adoquines y La Habana, tras los pasos de Beckett y Joyce, lejos de lo cotidiano y oficial, tras los detectives de barrio y los piratas, Kafka y Borges, el hippismo y los ritmos afrocubanos, para desembocar al fin en un nihilismo existencial, por así llamarlo, en una "caligrafía profunda donde se nexan los neros" para reposar y cumplir años con el aura de sosiego que rodea a los supervivientes.

Ezequiel Pérez Plasencia, Carnarias7, 7 de junio de 1995

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