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sábado, 18 de junio de 2011

ANTONIO BERMEJO


ANTONIO BERMEJO

«Le he dado muchas vueltas a este concepto y, de tanto buscarlo, he llegado a la conclusión de que ser hombre es la cosa más extraña y difícil que se puede ser en este mundo».

Antonio Bermejo 20 de mayo de 1956

Epojé, reducción fenomenológica, yo-reducido, expur­gación, ser en sí, son éstos algunos de los conceptos que se han ido poniendo en juego para desentrañar el desarrollo artístico y humano de todos los escritores y personajes fetasianos y sus intramuros.

Hace más de quince años que la figura de este narrador de postguerra, fue restablecida en el panorama de la literatura insular, gracias a la ayuda de sus coetá­neos, y de escritores y críticos. La obra de Antonio Ber­mejo como todo el mundo conoce queda reducida a sus relatos recogidos en Historia de Café Pobre, un guión cinematográfico en manos de la Filmoteca Canaria y la novela perdida La lluvia no dice nada.

Sí se dice al fin, que Antonio Bermejo acabó convirtiéndose en un personaje de sus propios relatos, que el alcoholismo y la opresión de aquella época le hi­cieron emprender una huida sin retorno como ocurrió con la mayoría de los escritores de los 50.

Pero este “lujo" de nuestra narrativa, este contar con un verdadero escritormaldito, cuyo destino recuerda al de un Edgar Allan Poe, o un Cesare Pavese, no ha sido justamente analizado, ni vertebrado, ni matizado, ni expuesto en una razón de ser. Hemos de alabar por ello a algunos colegas del departamento de Ética de la Univer­sidad de La Laguna, que en su día vieron en este narra­dor, a un prototipo que encajaba perfectamente en los arquetipos foucaltianos.

Los narradores fetasianos fueron capaces de configurar un paradigma filosófico, que si se analiza en toda su rotundidad, se comprueba perfectamente su anti­cipación y su comunión completa con las tesisironistas, de un mundialmente reconocido Richard Rorty.

El texto de Isaac de Vega "Antonio Bermejo, un caso en la literatura nuestra", trata de ahondar en el aban­dono literario de nuestro autor, consignando que las ver­daderas causas parecen estar fuera, entre otras, de unas desavenencias familiares ante una conducta antisocial. Y se pregunta:

«¿Qué es lo que sucede, qué motivos se entrecruzan, qué nuevo ingrediente ha invadido su campo para que repenti­namente Antonio Bermejo se transforme en un ser negado, incapaz? Este hecho es el que yo llamo el caso anómalo en nues­tra literatura».

Nos empuja con ello hacia una arqueología y una genealogía de la "normalidad" de aquellos años franquis­tas y aporta una sintomatología, recuerdos, instantes decisivos en la vida y aventuras de nuestro escritor. Así comenta que:

«Transcurrieron años de serenidad antes de que llegara la rotura. Después de su triunfo (premio Pérez Armas 1956) continuó igual, irónico, fantasioso, lleno de inventadas aventu­ras, a veces frívolo, a veces cascarrabias».

Más tarde, suponemos que cerca ya de los 60, deja de acudir a la tertulia fetasiana de la calle de Porlier, frente al restaurante Pino Gumira, en casa del escritor y gran amigo Rafael Arozarena y de su esposa Edelma.

Isaac de Vega no ignora y cita por ello las estan­cias de Antonio Bermejo en el Psiquiátrico, y su ingestión de tranquilizantes… Obtendríamos más datos sobre nuestro autor en los archivos de dicha institución, qué sufrió, de qué fue tratado… y a través de su narrativa, que mediante conceptos filosóficos superpuestos. En este fragmento de La Huida encontramos una premonición:

«Es que la ansiedad de la marcha se le vino de pronto, mientras estaba echado en la cama, indagando con los ojos insomnes la plenitud estrellada de un cielo que se enmarcaba en el ventanuco. Claro es que todo se había ido amalgamando en su realidad hasta llegar a "aquello" ¿Aquello era realmente él o una inspiración? ¿Se iría a transformar en un hombre en marcha o en una ansiedad caminando? Era preciso huir…apartarse, con la mansedumbre del elegido, de entre unos hombres que chillan como simios, y que no creen ni en ellos mismos. Huir del contagio poderoso que apaga o anula el pensamiento y la voluntad».

Evidentemente que este mecanismo de huida, fue activado y puesto en marcha por los escritores de post­guerra. Huir ¿hacia dónde? Muchos hacia el alcoholismo y la autodestrucción. José Antonio Padrón huyó a Lati­noamérica, como en una operación de fuga de cerebros. Isaac de Vega quizá huyó hacia Ijuana, un territorio inve­rosímil, y otros no se sabe bien adónde. De Antonio Bermejo dicen que pasó del cielo al infierno para acabar en un purgatorio, que bien mirado fue su cuna de naci­miento, su barrio santacrucero que vivió desde diferentes ópticas. En el prestigio de su afamada academia de matemáticas y también en el carro de tiro que usaba de dormitorio en la Bodega de Batista, con el que colaboraba en las tareas del Bodegón..

Parece ser éste el precio que tienen que pagar como él mismo dice los:

«Hombres que nacen con la maldición de sentirse artis­tas con instrumentos… o le fueron dadas las palabras para lanzar su agonía».

Se quiere significar con ello que al margen de personajes insignificantes, en la calle nunca se dudó de la calidad humana de Bermejo, de sus cualidades como matemático, de su maestría narrativa. De hecho cuando su literatura fue redescrita, hubo una especie de convul­sión. Las "viejas carcasas" estaban atónitas, de aquellos primeros planos, de alguien a quien creían enterrado y sepultado para siempre por sus propios "pecados". Alguien que generaba en "ellos" imágenes sólo fruto de su propia y pútrida "normalización" Bermejo estaba como un jubilado cualquiera, charlaba, tomaba su copa, y tenía un techo donde pasar la noche. Podría haber gene­rado unas cuantas novelas más, pero tenía miedo. Un terror profundo hacia la escritura como el mismo confe­saba.

Se decía que no era realmente fetasiano, pero su trayectoria indica que quizá fue el más ironista de todos. Nos dejó perplejos siempre. Su vida fue pura narrativa, su conversación era un decálogo de intuiciones y acier­tos.

Como bien cita José Antonio Padrón cuando se intenta explicar un fenómeno cultural, deben tenerse en cuenta tanto las líneas de ruptura como de continuidad con el pasado y presente, pero nunca debe olvidarse lo esencial:

«La nueva forma de entender la existencia, no opuesta, sino estrictamente distinta a la concepción imperante».

O como cita Rorty:

«Los ironistas que escriben novelas no están interesado »s en la inconmensurabilidad. Se satisfacen con la mera diferen­cia. La relación con una esencia real no se establece nunca, sólo se puede establecer una relación con el pasado».

O cuando Padrón agrega:

«Los contenidos de la caprichosa voluntad de los fetasia­nos son en todo caso el resultado, y no las premisas, de un largo proceso de reflexión y de vivencias a través de una búsqueda singular (…) así en esta búsqueda irá emergiendo el hombre fetasiano, ese animal insecurum, sin metas, ese homo viator impulsado y perseguido por una realidad ensombrecida y deslumbrante, que descubre por breves momentos la cara oculta de lo infinito».

Para el llamado teórico de los fetasianos, José Antonio Padrón está muy claro que estos individuos entraron en contacto por diversos azares y que agluti­nados por unos similares presentimientos de otra rea­lidad que rebasa lo humano, pusieron a un lado todo lo social, desenfocaron el yo existencial y otras nociones como los fundamentos de las ciencias. Excluyeron lo histórico, y pusieron de vuelta y media las categorías filosóficas y religiosas para tratar de alcanzar la otra orilla, la de una nueva sensibilidad humana, desnudez originaria fruto de un proceso al que podemos llamar reducción fetasiana. Y que se inicia viviendo imagina­tivamente la propia muerte.

«No todo es política. Las dimensiones más esenciales del hombre son ajenas a la política. Así los otros quedaron consagrados a fines superiores y benéficos, mientras que los fetasianos optaron por entretener sus existencias en tareas más humildes y azarosas».

Y es de esas contingencias que repetidamente hemos estado hablando, de las que trata Rorty en su nueva visión ironista, azarosa, solidaria de la condición y la historia humanas. Ese tratar a todo como producto del tiempo y del azar, se enuncia en palabras de Freud en «tratar al azar como digno, de determinar nuestro destino».

Quizá la teoría del sincronismo fenomenológico que estudiaba José Antonio Padrón, merezca otro tipo de investigación. En ese sentido emprendí la investigación novelística sobre este trasunto en Los Lunares del Césped. Ése dejar entrar al azar sin lógica determinación, sino en un vaticinio de inverosimilitud verosímil, hace concebir la esperanza de poder indagar ese interregno entre nues­tros esquemas y la realidad.

En este campo se movía Bermejo, cuyos persona­jes, de proyectos que no llegaría a plasmar, prefiguraban la marginalidad y la locura: de los sin techo, los locos y los llamados deficientes. Alguien que trata de contribuir al progreso moral con múltiples descripciones en sus relatos de variedades del dolor y la humillación. Un escritor que maneja como Antonio Bermejo, los conceptos y categorías del entendimiento, las tesis de Nietzsche, las estructuras formales y que convive con personajes obs­curos, cuya asunción del universo normativo de aquel entonces resultará compleja. Es la canalla y el mal gusto, el hedor de nuestra propia ciudad y ciudadanía, pero también es el propio carro de nuestra infancia de urbe adoquinada y aire todavía marino, con su barranco y sus cuevas usadas en el pasado por paisanos como humilde hogar. Hospederías y viejas pensiones, ciudadelas toda­vía en pie. Donde ese dolor se hizo carne y donde Berme­jo luchó por no ser cosificado ni congelado por las otras miradas.

Vivir cada gota literaria en una existencia resultó el compromiso, o quizá las propias miserias conciuda­danas no dieron para más y por ello no movió su pluma. Lo que sí hizo fue reflejar nítidamente la verdadera atmósfera de una época, consiguiendo poner en marcha otras máquinas narrativas.

Un grupo de amigos que seguíamos de cerca a Bermejo por azarosas circunstancias, y que pusimos en sus manos nuevamente una vieja underwood, hicimos realidad en los ambientes que habitó hasta su ulterior muerte, el respeto más sublime y la venganza más pre­ciada al ser restituida su imagen y ubicado con toda jus­ticia en una positiva redescripción que realmente lo hizo feliz.

Su literatura ateniéndonos a un canon de narrado­res contemporáneos, abre una serie de posibilidades de opción para los posteriores escritores. Y su escritura muestra algunos de los elementos básicos de nuestra casa.

A veces nos imaginamos a Antonio Bermejo como a Newton conviviendo con escolásticos, otras parece que atacase ese reducto metafísico que sus compañeros quie­ren mantener. Otras parece el ironista que duda que si aquellos pretenden dejar algo establecido. Su afán des­constructivo, las olas de surrealismo que le bañaron siempre como un mar de originales pupilas de Agustín Espinosa, y la filosofía, parecen haber sido algunos de sus más nobles empeños.

Pero como hace tiempo dijimos… resulta un poco tarde para hablar de esta vida proscrita de bodegas. Contrabando, revólveres, sombreros, bastones o relojes y los no siempre bien contados escalones a posadas donde no es fácil llegar. Corredor hacia interiores por cuya barandilla roída cayó alguno de sus personajes. Cómo saber dónde quedaron las calles de Lisboa en las pupilas del "portugués", la mesa donde bailó con Ignacio Alde­coa, su figura, ignorado por el I Congreso de Narradores en Canarias, su ojo fotográfico, su punto y aparte. Que­daba eso, su recoleta pedicura encubriendo un perfil, quién sabe si de un Carlos Argentino.

@ Roberto Cabrera

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