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sábado, 30 de abril de 2011

El teatro del Puerto de Granadilla y sus actores (III)

Agapito de Cruz Franco

-La parodia-

Hablando de los partidos y a propósito del Puerto de Granadilla, se han escenificado en variadas actuaciones. En un lado ha estado el PP, que –fiel a su política depredadora con la naturaleza- siempre ha dicho sí a la barbaridad del macropuerto; por el otro PSOE y CC, que aunque apuestan por él, se han vuelto esquizofrénicos, contradiciéndose en los diferentes ámbitos de actuación: municipal, nacional-autonómico, nacional-estatal y comunitario europeo. CC ha llegado a apoyar y a rechazar radicalmente el Puerto a nivel municipal de Granadilla según fueran unos u otros los mandatos y los líderes de los comités municipales, mientras en el plano insular y autonómico la apuesta por el mismo ha sido total por parte de este partido. El PSOE ha ido desde el apoyo incondicional al mismo a niveles municipal o estatal hasta rizar el rizo con proyectos alternativos de menor calado en sus ejecutivas insulares tratando en el fondo de nadar y guardar la ropa. Los partidos minoritarios, en general, han hecho causa común con las reivindicaciones ecologistas y/o ciudadanas. Todos, eso sí, han entrado a pescar en estas aguas presuntamente portuarias. La estrategia de “todo en uno” llevada a cabo por los movimientos ciudadanos favoreció esta tendencia: por un lado, convirtiendo el Puerto en buque insignia y marginando “en tiempo real”, a base de asumirlos nominalmente, los demás problemas de temática verde; por otro, incidiendo en la renuncia de sí mismos a los diferentes colectivos, en aras de una teórica lucha común contra la denominada por algunos movimientos ciudadanos “mafia empresarial” y los “tres mellizos” –PSOE, CC y PP-.

-La comedia-

De hecho se han llegado a producir situaciones disparatadas, como la aparición como portavoz “ecologista” contra el Puerto de Granadilla, de quien fuera Presidente de la Autoridad Portuaria hasta no hace mucho tiempo y bajo cuya presidencia parte de las costas de La Palma y La Gomera –y proyectos fallidos en la de Tenerife- recibieran diferentes actuaciones denunciadas por el grupo ecologista ATAN; quien increíble y contradictoriamente, anunciara a bombo y platillo nada menos que el propio proyecto del Puerto Industrial y Comercial de Granadilla en 1996, tildándolo como vital para Canarias y el Estado; quien haya seguido reivindicando posteriormente dicho Puerto de Granadilla como el puerto industrial en que se apoye el polígono; quien, junto a otros, haya liderado lo que es otro atentado al medio ambiente, como es la ampliación del Puerto de Santa Cruz. Otra cosa hubiese sido que la situación se hubiera dado en el marco del movimiento ciudadano y no en el del movimiento ecologista. En ese escenario, sí tendrían coherencia la irrupción de tales voceros, en cuanto protagonistas de posturas menos dañinas hacia el medio que las oficiales y como una rectificación respecto a otras anteriores. Algo quizás imposible en esta etapa donde ambos elementos (movimiento ecologista y movimiento ciudadano), han caminado juntos y revueltos y en donde ha habido una inmersión en el marco del activismo ecologista, de agentes no ecologistas.

Pienso que no han surgido diferentes y variadas formas de expresión ecologista, como apuntan algunos y cuya opinión respeto pero no comparto. Creo que lo que ha ocurrido es que diferentes contenidos del ecologismo, han sido asumidos por gran parte de la ciudadanía que ha ido adquiriendo una conciencia ambiental cada vez mayor, lo cual es rico y positivo. Esta asunción también ha tenido lugar en diferentes sectores sociales, políticos y electorales organizados que, sin perder su personalidad, los han interiorizado, algunos de forma rica y positiva. Otros no. Sectores estos últimos, que han pretendido y pretenden, protagonizar ahora lo que con sus proyectos políticos anteriores no consiguieron. Actitud ésta, a la que no es ajeno el “síndrome de Colón”, es decir, el creer que la historia –en este caso, la del ecologismo-, empieza con quienes acaban de descubrirlo.

Sin embargo, es hora ya de separar el grano de la paja. Situar a los diferentes actores en el lugar correspondiente del escenario. Entender que no existe el movimiento ciudadano con mayúsculas y con nombre propio, sino los movimientos ciudadanos. Con planteamientos y proyectos estos últimos diversos e incluso opuestos. A veces ecológicos, a ratos ecologistas y en otras ocasiones todo lo contrario. Y que, aunque algunos de ellos sean compañeros perfectamente compatibles con el movimiento ecologista, éste, aunque una sus esfuerzos junto a quien estime oportuno, debe ser él mismo y, como las cabras guanilas, continuar abriendo caminos y explorando nuevas fronteras. Un movimiento ecologista realmente autónomo. Sin pagar peaje a nadie (ni a partidos, ni a técnicos, ni a la Administración, ni a otros movimientos sociales…) ni dejarse engañar por los cantos de sirena de las estrategias unitarias. Resaltando, eso sí, el valor de los movimientos ciudadanos que han asumido valores ecologistas. Pero siempre autónomos a ellos e independientes de ellos. Tarea difícil en las actuales circunstancias pero no imposible.

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