CINCUENTA AÑOS SIN FRANCO Y CON EL
FRANQUISMO REVOLOTEANDO
POR
ENRIQUE DEL OLMO
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, durante el acto 'España en
libertad: 50 años'.Eduardo Parra /
Europa Press
Las
actividades convocadas por el Gobierno para recordar que llevamos cincuenta
años sin el dictador Franco, como era seguro que sucedería, han provocado
diversos revuelos, valoraciones y análisis.
De todas ellas la más significativa es la de la corona. Que Felipe VI no haya participado en la inauguración de "50 años de España en libertad" es extraordinariamente significativo por mucho que se le intente quitar importancia y se recurra al tan manido “problemas de agenda”, pero por si había dudas reparen en el borrado de cualquier referencia a la dictadura o el eufemismo “tiempos oscuros” en la Pascua Militar. La casa real no quiere tensionar sus relaciones con el PP y VOX, y posiblemente tampoco quiere cuestionar el origen de la monarquía investida por el dedo del dictador. Ha preferido seguir mirando hacia otro lado por convicción o conveniencia; eso da absolutamente lo mismo.
La
derecha clásica y la ultraderecha con la que comparte mucho de las añoranzas
del régimen anterior, han optado por el “no reabrir heridas” o “nos preocupamos
de los problemas de hoy, de los dictadores vivos (los que les interesan) y no
del pasado”, para seguir con el ataque continuado a Pedro Sánchez. Pero el
problema no es ese; el problema de fondo es que la derecha española no ha roto
sus vínculos (sean familiares, emocionales, de valores) y su relación con el
franquismo, y se muestra absolutamente incapaz de posicionarse contra un
régimen abyecto. Debemos asumir que el blanqueamiento de la dictadura que
permanentemente hacen las derechas es una carcoma para la convivencia.
Más
allá de la valoración de la iniciativa "50 años de España en
libertad" del Gobierno y de sus actividades, diremos que nunca es
suficiente, como muestra la facilidad con la que resurgen los gestos y los
discursos herederos del franquismo y del nacionalcatolicismo. En relación a
ciertos debates abiertos, es necesario puntualizar que no estamos en la
discusión sobre las condiciones de los pactos de la transición, o sobre si esos
pactos eran adecuados e inevitables o no. Estamos hablando de un hecho
incontestable: durante más de 40 años no ha existido una actividad consecuente,
sistemática y eficaz por parte del Estado para situar al franquismo como una
excrecencia de nuestra historia.
El
retraso en la asunción pública del significado del franquismo es inmenso. Hasta
2007, con la primera Ley de Memoria del Gobierno de Zapatero, corta en su
alcance y resultados. Sólo con la Ley 20/22, de 19 de octubre de Memoria
Democrática, se llegan a satisfacer algunas reparaciones que se debían a los
republicanos y a las víctimas de la dictadura -durante cuarenta y cinco años-
desde las primeras elecciones democráticas. Centenares de miles de personas han
sido olvidadas, miles de familias se han visto desasistidas en su dolor y en su
mínima reivindicación de verdad, justicia y reparación. Como señala en su
sobrecogedora obra gráfica El abismo del olvido el Premio Nacional del
Comic, Paco Roca: “Pensad en lo anormal que es que en un país democrático haya
lugares con centenares de enterrados sin identificar”. Y todavía hay un conjunto
de corifeos del negacionismo (Esperanza Aguirre, Félix de Azúa, Jiménez
Losantos, Fernández-Savater, Cebrián, Joaquín Leguina, Álvarez de Toledo, etc.)
que, en su furor antisanchista, se atrevan a afirmar con un cinismo sin rubor “
las víctimas son de todos”; efectivamente, iguales son en su reconocimiento los
de los panteones que los de las cunetas.
La
memoria y el rechazo a la dictadura han sido abandonadas durante más de
cuarenta y cinco años y ello ha afectado a nuestra cultura democrática
profundamente. ¿Qué papel ha tenido en estos cuarenta y cinco años el estudio
de la guerra civil y del franquismo en la educación? Todos podemos hablar de
cómo nuestros hijos y conocidos nos decían que ese era un tema al que nunca se
llegaba y, cuando se llegaba, o se pasaba rapidito o dependía de la implicación
del profesor en una explicación más profunda. Esto sin hablar de cuál es el
contenido que se imparte en la concertada en relación con estos temas, sin
ningún control serio por parte de las autoridades educativas. A esto
lógicamente la derecha le llamará adoctrinamiento. Y hay que contestarle sin
pudor que sí, que es imprescindible que la ciudadanía se forme en el respeto a
las libertades, la democracia y los derechos humanos y ante cualquier
vulneración de los mismos se ha de ser beligerante. Como señala en una
importante reflexión general más allá del caso español el politólogo Adam
Przeworsky: “La izquierda abdicó de su papel educativo, de su papel de tratar
de convencer a la gente sobre valores básicos".
Es
importante que las acciones y actividades de la iniciativa “50 años de España
en libertad” se incorporen a la cultura del conjunto del país. Esta cultura
profundamente democrática opuesta a las dictaduras y al totalitarismo es a la
vez la mejor de las garantías frente a la ola antidemocrática e involucionista
que emerge en todo el planeta y que hace del franquismo un buen compañero de
viaje.
Franco
definió muy bien sus objetivos fundamentales en el desarrollo de la guerra
civil. Primero, la destrucción física del oponente y, segundo, la destrucción
de lo que tan brillantemente ha definido José Luis Villacañas Berlanga como la
“materia republicana”. Respecto a lo primera es clara la voluntad de Franco de
prolongar la guerra hasta la destrucción física de los no afectos al nuevo
régimen, en abril del 37 en conversaciones con Roberto Cantalupo señaló:
“Llegaré a la capital ni una hora antes de lo necesario, primero debo tener la
certidumbre de poder fundar allí un régimen y asentar definitivamente la
capital de la nueva España”. En reiteradas ocasiones señaló que había que
limpiar pueblo a pueblo, tierra a tierra, ciudad a ciudad, de cualquier
opositor e incluso de cualquier tibio o indiferente. Resultado: 363.000 presos,
100.000 fusilados o víctimas de la represión, 200.000 exiliados estables y
además, las consecuencias económicas, 400.000 fallecidos por hambre, caída
demográfica, 500.000 infantes no nacidos. El país se convirtió en un erial que
no recuperó el PIB de 1936 hasta 1951.
Pero
hasta la desaparición física era insuficiente, había que destruir la materia
republicana, era preciso ir más allá de la República y remontarse al
liberalismo decimonónico. El mismo Franco dijo: “No es un capricho el
sufrimiento de una nación en un punto de su historia; es el castigo espiritual,
castigo que Dios impone a una vida torcida, a una historia no limpia”. Esto, el
psiquiatra de cabecera del régimen, Vallejo Nájera, lo elevó a la categoría de
perseguir el gen rojo: “hay que impedir que todos estos tipos humanos inferiores
puedan reproducirse libremente”. La materia republicana era el conjunto de
valores, elementos culturales, librepensadores que se habían ido gestando desde
décadas y que configuraban la clave de un país libre, democrático y en
desarrollo. Es esa materia republicana la que dio lugar a las intervenciones
sociales más avanzadas en los ámbitos educativo, de igualdad de sexos, de
transmisión de educación y de ciencia y de producciones culmen en la edad de
plata de la cultura española. Había que eliminar de cuajo toda institución que
tuviera alguna relación con la libertad y no sólo instituciones sino los mismos
seres humanos portadores de dichos valores.
Ya
he señalado el abandono del tema de la memoria en estos cincuenta años, e
incluso como se enorgullecían de ello algunos dirigentes como Rajoy: “no derogo
la ley pero no pongo un solo euro en los presupuestos”; o la indiferencia de
muchos dirigentes del PSOE durante sus años de Gobierno. Sin embargo, un
permanente río de luchas individuales o de pequeños colectivos lleva durante
décadas luchando por la búsqueda de sus seres queridos, el restablecimiento de
la verdad y de la justicia. Permitidme que os relate una anécdota personal del
verano del 2023. Estando por tierras de Ribagorza, una amiga historiadora, Anabel
Bonson, nos invita a una emisión de una película sobre memoria en un pueblo de
doce habitantes llamado Ejep, con una población un poco mas crecida por los
efectos del verano. Se proyectó contra una pared una magnífica película (no
documental) Luz de septiembre que ya se había pasado en otros
treinta y siete pueblos. Esto es un bello acontecimiento, pero no pasaría de
ahí si no fuese porque tres días después en nuestro periplo viajero llegamos a
Tuixent, en el Pirineo catalán con ciento dos habitantes, y en el Museo de las
Trementinaires (otro ejercicio de memoria popular) vemos anunciado el pase de
otra película La última batalla, también de recuperación de
memoria. En los dos lugares los vecinos rompieron su silencio tantas veces
sellado para hablar libremente de recuerdos, familias y vida en común. Esto es
expresión de un proceso mucho más profundo que no ha contado más que hasta hace
poco tiempo (en unas CCAA más que en otras) con el apoyo de las instituciones.
Son cientos de libros, historias pueblo a pueblo, familia a familia e
investigaciones y monumentos que se han ido generando con pequeñas historias de
familiares y amigos que han reconstruido poco a poco lo sucedido y han hecho
aflorar el dolor oculto de un país. Esto queda ahora más reflejado en las
convocatorias de subvenciones, donde este año se han aprobado ciento dos
proyectos de memoria por parte de la Secretaría de Estado de Memoria
Democrática. Estas pequeñas iniciativas (dispendio económico para la derecha) y
organizaciones (chiringuitos para VOX y el PP) han mantenido viva una historia
que solo el olvido puede sepultar.
Como
señala el preámbulo de la Ley de Memoria: “La memoria de las víctimas
del golpe de Estado, la Guerra de España y la dictadura franquista, su
reconocimiento, reparación y dignificación, representan, por tanto, un
inexcusable deber moral en la vida política y es signo de la calidad de la
democracia. La historia no puede construirse desde el olvido y el
silenciamiento de los vencidos. (…). La memoria se convierte en un elemento
decisivo para fomentar formas de ciudadanía abiertas, inclusivas y plurales,
plenamente conscientes de su propia historia, capaces de detectar y desactivar
las derivas totalitarias o antidemocráticas que crecen en su seno.”
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