GOBERNAR SIN PASAR POR LAS URNAS
PÚBLICO
El
Alto Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de
Seguridad, Josep Borell, da una conferencia de prensa al final de un consejo
extraordinario de ministros de asuntos exteriores del Consejo Europeo en
Bruselas, Bélgica, el 4 de marzo de 2022.- EFE
El precio de la energía en todas sus variantes ha alcanzado niveles tan obscenos que una se pregunta cómo lo soportamos sin que la protesta vaya más allá de airados comentarios en las redes sociales o en nuestras conversaciones personales. Es evidente que la invasión rusa de Ucrania ha dado una vuelta de tuerca a esa imparable escalada, pero no nos engañemos, el problema, -sería más exacto decir la estafa-, ya estaba ahí, y el megavatio lleva meses batiendo un récord tras otro.
Una tendencia que
tiene ganadores: las grandes multinacionales de la energía en todas sus
variantes, desde el lobby eléctrico a las petroleras. Y todas sabemos quienes
pierden: usted, trabajador, trabajadora; usted que tiene un comercio, una
pequeña o mediana empresa, incluso las grandes empresas que generan cientos de
empleos atrapadas por una espiral inflacionista que está empobreciendo a las
familias y poniendo en riesgo la recuperación económica cuando apenas empezábamos
a salir de la crisis.
Nuestro sistema
productivo, incluso nuestro sistema de bienestar, depende de la energía, es un
elemento esencial, un servicio básico. Así que la pregunta es obvia: ¿por qué
un bien esencial no es público? Sobre todo, teniendo en cuenta que una parte
substancial se obtiene a partir de recursos naturales cuya propiedad es
colectiva. Países como Francia, Italia, Alemania, Holanda, Suiza, Australia o
Japón cuentan con entidades estatales de energía.
España no. La
tenía, se llamaba Endesa, y en 2021 obtuvo un beneficio neto de 1.902 millones
de euros, pero hoy es propiedad de la italiana Enel, después de que sucesivos
gobiernos del PSOE y del PP la hubieran vendido por trozos hasta su total
privatización, porque siempre podemos contar con el bipartidismo para fomentar
el negocio privado a costa de lo público, que para eso están las puertas
giratorias. Por ejemplo, la que tomó José María Aznar en dirección a,
¿adivinan?, Endesa; o la que cruzó Pedro Solbes para entrar en, ¿adivinan?,
Enel.
La relación de ex
presidentes, ministros, ministras o altos cargos que están o han estado en
nómina de multinacionales del lobby eléctrico llenaría este artículo.
Obviamente, no es una práctica exclusiva del Estado español, lo que explicaría
por qué la actual legislación tanto en España como en la Unión Europea favorece
a las grandes empresas del sector frente a la ciudadanía que cada mes pagamos
la factura que engorda sus desorbitados beneficios.
Por eso, cuando
desde Bruselas el señor Borrell pide bajar el consumo de calefacción debería
recordar que en Galiza y en España hay muchas familias que no encienden nunca
la calefacción, nunca, porque padecen pobreza energética, y que según las
estadísticas 3,5 millones de personas no pueden mantener una temperatura
adecuada en sus hogares, con lo que eso implica incluso en términos de salud. Y
mientras esto pasa, las eléctricas se forran, al igual que sus directivos. A
modo de ejemplo: Ignacio Galán, presidente de Iberdrola, que ganó 13,2 millones
de euros en 2021.
En este momento el
megavatio/hora ha llegado a superar los 500 euros en una sociedad en la que ser
mileurista es la aspiración para millones de jóvenes o en donde la media
salarial no puede soportar la escalada del precio de la luz, el gas, la
gasolina o la cesta de la compra. Y que hacen el Gobierno español o la Unión
Europea para bajar la factura eléctrica que, recordemos, lleva disparada muchos
meses. Pues básicamente nada.
La normativa
europea tiene el tope de precio del MW/h en 3.000 euros. Si, pasmoso e
indignante. Y en España el precio se
fija a través de una subasta que permite los llamados "beneficios caídos
del cielo". Esto es, no importa que la mayor parte de la energía que se
consuma proceda de fuentes baratas como la eólica, hidráulica o nuclear, porque
el consumidor la pagará al precio de la energía más cara, como la térmica o, en
este momento, el gas. Es como si entras en una pescadería, compras diez quilos
de sardinas y cien gramos de cigalas y nos lo cobran todo a precio de cigala.
Cierto, es
totalmente incompresible, en realidad es surrealista, pero lo que en cualquier
otro ámbito sería un disparate, en el mercado eléctrico se aplica como si fuese
una ley inapelable. Y de momento ni el Estado español ni la Unión Europea han
sido capaces de tomar ni una sola medida eficaz para mudar un sistema que
empobrece a la mayoría mientras una élite se pone las botas. Lo que nos dice
bien a las claras quien manda, quien fija las reglas, los grandes lobbies
económicos que gobiernan sin pasar por las urnas y que dictan las normas y las
leyes en función de sus intereses.
¿Cuánto tiempo más
seguirá escalando la factura energética? Seguramente hasta que el precio
alcance una cifra inasumible para el propio sistema, y entonces los Estados
celebrarán su solemne cónclave en el marco de la UE y anunciarán que toman
decisiones, anunciarán que van a intervenir en el mercado energético, aunque,
seguramente, todo quedará en un puñado de retoques para salir al paso, pero sin
poner en cuestión un modelo que trata un bien esencial, como la energía, como
mercancía especulativa.
Es obvio que no es
fácil cambiar el actual sistema, demasiados intereses en juego, pero se puede
hacer si quien gobierna se guía por lo único que debería importar: el interés
de la mayoría social. Y eso pasa por poner la energía al servicio de la
sociedad, no de un puñado de multinacionales.
En Galiza,
productora neta de electricidad pasa, por ejemplo, por disponer de una tarifa
específica más barata que compense los costes ambientales de tener el
territorio lleno de embalses o 4.500 aerogeneradores en nuestros montes. Pero
esa medida ha sido sistemáticamente vetada por Feijóo, el aún presidente de la
Xunta, de gira electoral para instalarse en Génova. No sólo no obtenemos ningún
beneficio, sino que hay miles de empleos en juego por los costes energéticos en
un país rico en electricidad.
Lo lógico cuando
hablamos de un bien esencial es que haya una empresa pública que lo gestione y,
en esa misma dirección, lo lógico es que también se recupere para lo público
todas las centrales hidroeléctricas a medida que venzan las concesiones. Lo
lógico y lo justo es que quien gobierna sepa a quien se debe, defienda lo de
todos y todas plantando cara a esa élite que se sienta en los consejos de
administración de las eléctricas. Al menos, claro está, que aspires a ser uno
de ellos.
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